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Taehyung durmió todo el día y eso lo hizo odiarse más. Sin haber comido ni un bocado del desayuno, no obtuvo ni una energía siquiera para caminar hasta el colchón escaleras arriba; se desplomó en la banca. Tenía una jaqueca de los infiernos, su visión se tornaba borrosa, sus extremidades no le permitían pararse sin temblar y sentía frío, aun estando bajo las primeras cobijas que halló. 

Oyó una puerta abriéndose, causando su desvelo. Le llevó a abrir los ojos con pesadez, como si tuviese piedras en lugar de orbes, y se descubrió de las mantas para encontrarse con Jihyun cerrando la puerta tras su espalda.

Ambos se vieron, y Taehyung ardió.

—¿Saliste? —sonaba cortante y la castaña solo le asintió, sin ganas de enfrentarse con su antipatía— Saliste corriendo. ¿Por qué no me dijiste nada?

—No puedo contarte.

Taehyung rueda los ojos, sin poder creer que andaban con esas jugadas de estrategia.

—Bien, estamos a mano —se resignó y se le acercó unos pasos—; ninguno de los dos da explicaciones. Genial —iba depositar una caricia sobre sus castaños cabellos pero algo le desconcertó: un olor a chocolate recorriéndole las tentaciones del hambre, haciendo su estómago gruñir por lo bajo, y unas muy conocidas ropas—. ¿A dónde fuiste? —esta vez preguntó para no recibir una evasión por respuesta, tallando su mirada filosa.

Jihyun no contaba con los ánimos para entablar una discusión con un famélico malhumorado luego de todo el pedaleo. 

—Fui a ver a Jungkook —confesó.

Taehyung tuvo suficiente y le dolió el alma.

—¿Eso quiere decir que ahora irás todas las noches a visitarlo y me dejarás? —subió el tono, ofendido y lastimado— Si es así, ¿por qué no me abandonas y te vas? Tal como Jungkook hizo conmigo, ¿eh?

No estaba cuerdo.

Jihyun no le encontró razón de ser a esas horrorosas palabras y se le vino un nudo en la garganta. No podía hablar, no podía moverse. Lo que había salido por la boca del pecoso le causó pena por él, y pena por todo. Nunca se había tragado los mitos sobre el hambre, sin embargo, los estaba viendo frente a sus ojos... Y era tal como una pesadilla. Era el punto cúlmine de un perdedor derrotado por sus demonios, día tras día. 

Se inquietó y tuvo que aguantar la respiración para decidirse a lanzarle una bola de papel que guardaba en el bolsillo de los jeans al muchacho, para inmediatamente salir escapando de la infernal casa, escurriéndole las calientes lágrimas por las mejillas y empapando sus largas pestañas.

—Tonto, tonto, tonto, tonto, tonto —nunca se cansó de maldecirlo después de haber cruzado por la puerta, determinada a regresar a su casa, donde le recibirían con los brazos abiertos y un amor incondicional; parecido al que Yoona, Jungkook, y hasta el mismo Taehyung le obsequiaron una vez. Se fue. Se fue...—. Ya voy, mamá. Perdón, mamá —repitió durante todo el pedaleo de vuelta a su hogar.

Se fue, y una vez más, Taehyung quedó completamente solo.

—Carajo —cayó de rodillas y se refregó con irritación la cara. Vio la sosa bola de papel a un lado de su pie y reparó en ella con curiosidad, sin cambiarle mucho la cara. La había cogido y desdoblado con más pereza que cuidado, y en él descubrió la dirección de Jeon Jungkook—. No...

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Jihyun estaba saliendo de su casa con un beso de despedida de su madre antes de montarse a la espantosa bicicleta que custodió a pesar de lo fea que resultase. Partía carrera hasta la casa de Jungkook, y en la puerta de entrada se encontró con este.

caótico, libro 2 • taekookWhere stories live. Discover now