Niño (Pt.3)

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Mikasa permaneció en su sitio, no se movió ni un solo milímetro. Desde el punto donde se encontraba ubicada, contaba con una panorámica perfecta que daba dirección a la mesa de aquel tipo. Lástima que no podía escucharlo hablar.

Le incomodaba y preocupaba que tipo de cosas pudiera estar diciéndole ese tipo al pequeño. Suficiente era con llevarlo a un lugar para adultos.

Su ceja izquierda se levantó en señal de curiosidad al observar como el alto hombre, con un gesto, llamó a una mesera, para a continuación, susurrarle algo al oído. Luego de eso, el hombre le exclamó algo a Levi, que por su movimiento de manos, lucía como una advertencia. Por un instante, el perfil de ese rostro se le hizo excesivamente familiar.

Aprovechando la ausencia, Mikasa caminó rápidamente y se sentó frente al niño.

—No sabes cuánto me alegra verte a salvo —aseguró aliviada, tomando sus manos— ¿Ese señor no te hizo nada, verdad?

Frunció su ceño al no recibir respuesta.

—¿Levi?

Silencio.

Intentó afianzar el agarre pero pareció no ocasionar ningún efecto. Le habló repetidas veces y pasó sus palmas frente a sus ojos tratando de llamar su atención, sin embargo, falló.

De repente, un recuerdo del primer momento en que llegó a ese lugar cruzó por su mente; El instante en que concluyó que nadie la veía.

Pero, él era la excepción, ¿Por qué ahora no notaba su existencia? ¿Aquella mujer por nombre Kuchel era la causante de eso?

Con esos y muchos más interrogantes, Mikasa decidió quedarse ahí sentada. Aprovecharía y vigilaría a ese hombre.

Aunque no pudiera ser vista, mantendría su promesa. No se alejaría de su lado.

***

Levi dejó su taza de té a un lado del escritorio al igual que la ­—para nada pequeña— cantidad de papeles que debía revisar y editar. Su dolor de cabeza lo estaba matando, era mucho trabajo para él solo. Desde la muerte de Erwin, el papeleo incrementó de manera descomunal. Si bien antes el trabajo también era arduo, en la actualidad lo sentía más complicado, sobre todo al ser Hange y su persona los únicos veteranos.

Si tuviera una mano extra, tal vez la carga no fuera tan pesada.

Suspiró al recordar que la única persona que sería capaz de ayudarlo con toda la voluntad del mundo, estaba enojada con él.

Se levantó de su silla y masajeó sus sienes. Hacía varias horas que no sabía de ella, tampoco la había visto en el pasillo en todo el día, ni mucho menos en el campo de entrenamiento. Se encaminó a la ventana de su oficina y observó el paisaje; el sol se estaba ocultando y los reclutas terminaban las últimas tareas.

¿Tanto tiempo pasó en su oficina?

­—Que desperdicio —gruñó al caer en cuenta lo poco productivo que fue su día.

Aún tenía demasiado que hacer, pero realizando cálculos en su mente, dudaba demasiado que el tiempo le alcanzase. Ya debían ser un poco más de las cinco de la tarde.

Rindiéndose y dando por hecho que mañana tendría que continuar sí o sí, decidió salir a dar una vuelta por los pasillos con el objetivo de relajarse un poco. Era mucho mejor pensar eso a que quería encontrase con Mikasa.

Su dolor de cabeza era por: cincuenta porciento culpa de su arduo trabajo y cincuenta porciento por un dilema interno de si debía o no disculparse con Mikasa.

Su mente decía que no. Que la joven fue impulsiva y egoísta, que solo tomó en cuenta sentimientos propios olvidando los ajenos. Mas su corazón le decía que la trató mal sin explicación alguna, a final de cuentas ella no sabía lo que él sentía. Además de que él tampoco le había contado acerca de su pasado de manera directa, solo un fragmento de manera inconsciente en una misión y no creía que la conversación del apellido contara, a final de cuentas la información que tuvo gracias a Kenny, no era muy abundante.

𝖨 𝗐𝖺𝗌 𝖶𝗋𝗈𝗇𝗀Where stories live. Discover now