Capítulo 22

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No sabía cómo lo hacían, pero siempre lograban convencerme. Mientras caminaba hacia la sala de estar, iba reflexionando sobre qué cantidad de dignidad me quedaría después de eso. Yo apostaría que... me quedaría en menos diez, o algo así. Era imposible rebajarme a dar esa clase de billar y que mi consciencia quedara impoluta.

Abrí la puerta con miedo y pude ver al trío sentado en la mesa de pool. Parecían aburridos, estaba claro que me esperaban. Me armé de valor y pisé la habitación, dejando cualquier posibilidad de retirarme, en el más allá. Di varios pasos hasta llegar a ellos y en seguida sus caras de pocos amigos pasaron a estar un poco menos amargadas.

—Sabía que vendrías —dijo Pablo. Acto seguido, se bajó de la mesa y se acercó a mí, para recibirme con un corto abrazo—. Ven, vamos a explicarte qué tienes que hacer.

Los otros chicos también se bajaron de la mesa y empezaron a preparar los palos del billar. Pero, antes de que Pablo pudiera explicarme cómo íbamos a hacerlo, Guido se metió, entusiasmado:

—A ver, los chicos estarán aquí dentro de cinco minutos. Por lo tanto, tienes poco tiempo para prepararte. Confiamos en ti.

—¿Qué? ¿Dentro de cinco minutos?

—Ajá.

—¿Habéis avisado a la gente antes de que yo decidiera venir?

¿Qué clase de psicópata hacía eso? Había que estar loco.

—Estábamos seguros de que vendrías —Tomás se encogió de hombros—. ¿Quién mejor que Pablo para convencerte?

Acto seguido, le guiñó un ojo a su amigo y este respondió con una sonrisa llena de orgullo. Al darse cuenta de la hora, no dudó en cortar la conversación y ponernos manos al trabajo.

—Venga, va. Con tanta charla se nos hará la hora y no sabrás qué hacer, Laia.

Después de que me explicaran cuál era el plan, me di cuenta de que podía hacer la faena hasta con los ojos vendados. No era nada más que mostrar algunas tácticas y las normas básicas del juego. También, como en cualquier clase, debía responder a las preguntas en el caso de que hubiera.

Cuando fue la hora acordada, los alumnos empezaron a llegar, tomándome por sorpresa que no hubiera ni una sola chica. Era cierto que estaba avisada por los chicos que la gente que viniera no lo hacía para aprender, pero igualmente, me chocaba que no hubiera habido ni una chica con ganas de aprender. Ese hecho hacía que me estuviera poniendo aún más nerviosa. Las piernas me fallaban y las manos me sudaban. No sería capaz de hacerlo. Pablo estaba apoyado en la pared con la vista fija en la multitud, por lo que me acerqué deprisa y le puse la mano en el pecho para captar su atención.

—Por favor, ayúdame. No puedo hacerlo.

—Va, Laia. Solo son críos, no es para tanto.

No, no solo eran críos. Había chicos mayores que yo, de cuarto y quinto. Seguramente, solo venían a burlarse de mí. Qué vergüenza, no me podía estar pasando eso... No quería estar allí, tenía, probablemente, un ataque de pánico.

Inolvidable || Rebelde WayWhere stories live. Discover now