Prólogo

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Año 2059. Lochaber, Escocia.

«La humanidad se encuentra en estado crítico tras la rápida expansión del virus. El 'hiems letalis' afecta casi de forma inmediata a aquel que lo contrae, afectando gravemente al sistema respiratorio y provocando el colapso total. El virus se transmite por contacto. De persona a persona. Por eso se recomienda a todos los ciudadanos que eviten relacionarse entre ellos y que se autoaislen para evitar que el virus se propague. Les seguiremos informando en los informativos de las nueve.»

Últimamente las noticias parecían siempre las mismas, era de lo único que se hablaba en cada programa de cada canal. Llevaban unos meses, desde que se había descubierto la existencia del hiems letalis, sin saber nada sobre cómo actuaba el virus. La comunidad científica estaba más perdida que nunca. Escocia había sido cerrada y aislada del resto del mundo, ya que era el único país en el que se había detectado la enfermedad y donde se encontraba el paciente cero. No se consideraba una emergencia global y, fuera del territorio escocés, no se le daba mayor importancia a la situación que ya preocupaba a millones de ciudadanos.

Rya apagó la televisión mientras se le escapaba un suspiro. Llevaba tres meses sin ver a su madre. Cuando se dio a conocer la existencia del virus decidió marcharse a una pequeña cabaña alejada de la ciudad, que pertenecía a sus abuelos. Así su madre estaba más tranquila. Además, hablaban todos los días antes de irse a dormir, de esta forma no se sentía del todo sola. Tenía un pequeño huerto para abastecerse y una televisión, bastante antigua, en la que solo se podían ver dos canales. Pero no necesitaba nada más, siempre había sido bastante solitaria y autosuficiente. A pesar de las circunstancias, ella era feliz y se alegraba de poder estar en un espacio en el que no tenía que preocuparse más que de su huerto y de su higiene. Beatus ille. Se dedicaba a leer y a explorar sus alrededores. La cabaña se encontraba en un pequeño bosque situado en la ladera de The Ben, la montaña más alta del país.

Después de hablar con su madre durante casi una hora, Rya cogió su abrigo y salió, como siempre, a dar una vuelta por el bosque. Ya era casi de noche, aunque la luna aportaba una cantidad de luz más que suficiente para poder ver todo con claridad. A pesar de solo llevar tres meses en su pequeño resort privado, ya se conocía cada árbol, piedra y camino del bosque que rodeaba su casa. La paz que sentía al caminar, mientras el frío rozaba su cara, le hacía olvidarse un poco de la enfermedad y todo lo que esta conllevaba. Cada noche después de su llamada obligada a mamá dedicaba unas horas a divagar por la maleza, en busca de algo que aún no sabía que necesitaba.

Después de mucho subir, llego a su lugar favorito: el pico de la montaña. Estaba cubierto de nieve y el aire helado hubiese sido realmente incómodo para cualquiera, pero a ella le gustaba demasiado el frío. Era mayo, aunque ahí arriba era fácil perder la noción del tiempo porque siempre parecía invierno. Se sentó sobre una gran roca, a la cual ya conocía bastante bien, y se dispuso a observar desde ahí las vistas que la altitud le concedía. En la roca, había unos garabatos grabados que podían confundirse fácilmente con la erosión que causa el propio tiempo, pero Rya sabía que eran el testimonio de alguien que sentía, como ella, aquel lugar como suyo. Cerró los ojos y se imaginó perfectamente la escena. Una mujer, de más o menos su misma edad, hace doscientos años en el mismo lugar, la misma roca. La mujer seguramente subía ahí arriba para descansar por un momento de su matrimonio infeliz y aprovechaba para imaginarse, mientras contemplaba con los pies colgando del acantilado las vistas, cómo hubiese sido su vida si no se hubiese casado. Al pensar en su triste realidad, la mujer misteriosa cogía una piedra del suelo y se ponía a rozarla con rabia contra la roca que servía de asiento, con el fin de liberarse de todo pensamiento negativo (y de su marido). 

Mientras Rya se imaginaba el regreso a casa de la protagonista de su divagación, un crujido la desconcentró y tuvo que olvidar el desenlace de su historia para girarse y observar sus alrededores. A veces los lobos merodeaban la zona, pero nunca se habían acercado lo suficiente como para que Rya les tuviese miedo. Sabía como espantarlos. La luna estaba oculta tras una nube y no iluminaba lo suficiente, pero los crujidos cada vez sonaban más cerca. Parecían pasos.

HIEMS LETALISWhere stories live. Discover now