IV. Viernes

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Hacía frío y un rayo de luz entraba por la ventana esquivando las cortinas viejas que había tejido la tatarabuela de Rya en una época muy distinta a la que ella estaba viviendo. Cuando intentó girarse para estirar los brazos, en un intento por despertarse más rápido, no pudo. Rya abrió los ojos y observó como sus manos estaban atadas con una brida al cabecero de su cama. Comenzó a mirar frenéticamente hacia todos los puntos de su habitación para encontrar algo que le explicase su situación, y empezó a recordar. El hombre misterioso, su madre, la llamada... Y nada.

Las piernas no estaban inmovilizadas por lo que estuvo un buen rato intentando hacer fuerza para conseguir soltar sus manos, sin resultado alguno. Su siguiente opción era gritar, pero no sabía muy bien si eso la ayudaría o empeoraría todo. Si estaba atada era porque la persona que había aparecido en su casa tenía unas intenciones que se alejaban bastante de lo que ella podía haber imaginado. Escuchaba el ruido de la televisión, no muy alto pero sí lo suficiente como para entender lo que decían.

«La situación se ha descontrolado. Hoy será el último día para nuestros informativos dado que nos hemos visto obligados a suspender cualquier tipo de investigación sobre el virus. Hemos sufrido amenazas por parte del Gobierno y no podemos arriesgarnos más. No quieren que sepamos la verdad...»

La televisión deja de sonar tras un ruido fuerte, un golpe, y el crujir de la madera comienza a sonar cada vez más cerca de Rya. De repente, el último recuerdo que tenía, el de la llamada, comenzó a pasear por su cabeza y lo recordó todo.

—¿Mamá? -preguntó Rya al juntar con fuerza el teléfono contra su oreja, olvidándose del extraño que aguardaba en la puerta.

—¿Eres tú cariño?

—Ah... Sí, soy yo... - Anne interrumpió a su hija antes de que esta le preguntase qué había ocurrido.

— Lo siento por no haberte llamado antes, mi niña, pero parece que hay problemas de conexión. He escuchado algo de que se ha estropeado uno de los satélites de la compañía. Tengo muchas cosas que con...te...Ry...ho...te...

—¿Cómo? -cuando Rya intentaba entender a su entrecortada madre notó como un fuerte frío se hacia dueño de la parte de atrás de su cabeza. Sin soltar el teléfono, acercó su mano al helado lugar y algo líquido manchó su mano. Sangre.

El misterioso hombre se acercaba a la habitación de Rya, sus pisadas eran contundentes y decididas. Su corazón comenzó a latir con fuerza porque acababa de recordar que había sido atacada. Tenía mucho miedo, y ni siquiera los tomates o su abuela le daban el valor que la situación requería.

La puerta se abrió y aquel hombre entró. Llevaba todo el abdomen vendado y unos pantalones de camuflaje limpios. Tenía el pelo rubio, los ojos verdes y una complexión fuerte. Miraba desde la puerta con una expresión seria, sin decir nada, aunque su lenguaje corporal indicaba que quería intimidar a Rya. Mantenía su mirada fija en ella como si estuviese retándola para que no apartase la vista.

—¿Quién eres? -preguntó Rya, mientras se miraba a las manos pidiéndole con los ojos que la liberase. Él no contestó, simplemente se dio la vuelta, y, de la misma forma que llegó, se fue. Unos minutos después, Rya escuchó el sonido de la puerta del exterior al cerrarse. Se había ido de casa, por lo que comenzó a intentar con todas sus fuerzas soltarse las manos. Perdió la noción del tiempo mientras rozaba la brida el palo de madera que tenía su cama para conseguir que se rompiese. Cuando por fin se rompió, vio que por el esfuerzo se había hecho unas pequeñas heridas causadas por el roce en las muñecas de las que comenzaban a salir gotas de sangre. No le preocupaba, lo único que quería era lograr encontrar el hacha y escaparse al bosque, donde creía que él no la iba a encontrar.

Llegó al salón y lo que vio no la dejó indiferente. El sofá estaba lleno de sangre, gasas, alcohol y algodón. La sangre del suelo suponía que era la de su cabeza. El teléfono estaba roto en una esquina y la televisión había sido golpeada, por lo que no servía para nada. Había restos de comida por toda la casa y daba la sensación de que no había ni un solo hueco de la casa intacto. Sus ojos comenzaron a mojarse cuando vio una de las fotos de sus abuelos distribuida en pequeños trozos por el suelo de la cocina. El miedo rápidamente se convirtió en ir; quería venganza. Comenzó a buscar el hacha por toda la casa pero no tuvo suerte y lo mismo con cualquier objeto que sirviese como arma. Habían desaparecido. Cogió una mochila y guardó aquellas cosas que le parecían más importantes para emprender su viaje hacia un sitio más seguro. Cuando estaba sujetando el pomo de la puerta trasera para irse, escuchó crujir la madera del porche, y luego la puerta principal que se abría. Era él.

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⏰ Last updated: Dec 02, 2020 ⏰

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