II. Miércoles

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Rya se despertó con el sonido del agua que caía de forma abrupta sobre la madera del tejado. Ya estaba amaneciendo aunque su habitación aún tenía un tinte lúgubre. Mientras desayunaba recordó lo que había pasado la noche anterior, y seguía convencida de que sus sentidos le habían jugado una mala pasada.

«La cifra de muertos ha llegado a la desesperanzadora cantidad de 624 desde que la enfermedad fue detectada. Parece que los ciudadanos comienzan a tomarse en serio la situación y cada vez menos gente sale a la calle. La mayor parte de comercios y centros educativos han sido cerrados. Es difícil acostumbrarse a este nuevo estilo de vida pero, según los expertos, es la forma de reducir las muertes. Como siempre, les recordamos que mantengan las distancias y eviten salir de sus domicilios. Esta tarde les contaremos más sobre lo que se sabe, de momento, del hiems letalis, con la experta en...»

Apagó la televisión y llamó a su madre. Sin respuesta. Rya comenzó a preocuparse, Anne siempre cogía el teléfono. Volvió a llamar. Nada.

Mientras caminaba hacia unos robles que rodeaban la parte trasera de su casa, Rya comenzó a imaginar diferentes escenarios, en los que su madre era la protagonista, para justificar el por qué no le había cogido el teléfono. Comenzó a golpear con el hacha el árbol más pequeño que pudo encontrar hasta que el tronco cayó al suelo. Repitió la operación con unos cuantos más y volvió a su casa, donde convirtió lo que hasta hacía unos momentos tenía vida en alimento para el fuego. Volvió a llamar a su madre. Lo mismo.

Antes de salir por la puerta, Rya se lo pensó dos veces. Estaba un poco asustada por los ruidos que había oído las últimas veces en sus excursiones al bosque, pero pensó en los tomates, y en su abuela, y decidió continuar con su rutina. No era real. Estaba todo en su cabeza. ¿Quién iba a andar a esas hora por el bosque? Casi todos los accesos desde los pueblos cercanos estaban cortados por el virus, para evitar que la gente se desplazase. Nadie vivía en esa zona, a unos pocos kilómetros, como mucho, había algún terreno con ganado, pero no había casas. Se había asegurado antes de ir a la cabaña. Iba a paso ligero, subiendo ya el camino empinado que llevaba al acantilado cuando comenzó a llover. No importaba, un par de gotas no iban a privarla de su momento favorito del día. Además la luna estaba llena y las nubes no iban lo suficientemente cargadas de agua como para que esta no se transparentara a través. La iluminación era perfecta y los ruidos de la noche iban volviéndose más melódicos a medida que ganaba altura.

Sentada en la roca se percató de que había una nueva marca. La intriga inundó su cuerpo. Alguien había grabado la letra E que se leía perfectamente. Las dudas comenzaron a asaltarla. ¿Quién podría haber sido?. ¿Cuándo?. ¿Por qué?. No tenía sentido, pero empezaba a pensar que todo lo que había pasado no había sido producto de su imaginación y que, como se había temido, alguien estaba merodeando por la zona. Rozó con sus dedos la marca de piedra para intentar que su intuición le aclarase alguna de sus preguntas. Y su cabeza comenzó a trabajar. Había sido un pastor de madrugada, que subió hasta la montaña antes de recoger a su ganado. Mientras admiraba las vistas se fijó en la roca, que parecía hecha por el ser humano, colocada en un sitio estratégico y con cierto parecido a un sillón. No pudo evitar dejar constancia de su paso por un lugar tan bello. Quería escribir su nombre, Evan, pero al ver que requería mucho tiempo y esfuerzo, decidió dejarlo en la inicial.

—Sí. Tiene sentido —dijo Rya, mientras se quitaba un peso enorme del pecho.

Tras lo que parecieron horas ahí sentada, inició su vuelta a casa por el camino que cruza el bosque. No había parado de llover y estaba empapada, pero por fin había resuelto el misterio de la roca y se sentía extasiada. Llegó a casa y se dio cuenta de que su madre aun no la había llamado en todo el día y probó una vez más. Imposible. Decidió que al día siguiente volvería a probar, y si tampoco contestaba empezaría a preocuparse de verdad.

HIEMS LETALISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora