III. Miércoles

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Abrió la puerta, sujetando el hacha, mientras le temblaban las piernas. Lo que vieron sus ojos no era nada que su mente hubiese podido imaginar. Frente a ella estaba, lo que parecía un hombre por su altura y constitución, en un traje de seguridad completamente negro. Tenía un casco que ocultaba su rostro, con una especie de cristal a la altura de los ojos también negro, y todo su cuerpo estaba envuelto por aquel material brillante. Rya se quedó congelada en aquella misma posición, sujetando con una mano el arma y con la otra la puerta. No supo cómo reaccionar y volvió a meterse dentro, cerrando la puerta y apoyando su espalda contra la fría superficie. ¿Quién era y qué quería?.

Volvió a abrir la puerta y levantó el instrumento con ambas manos, intentando desafiar, asustar o sabe dios qué, a aquella persona misteriosa.

—¡Tranquila! No voy a hacerte daño -dijo una voz, que se parecía bastante a la que había escuchado la noche anterior.

—¿Cómo puedo estar segura de eso? No sé quién eres. -Rya, manteniendo una distancia prudencial, no podía evitar sentirse segura viendo el atuendo de aquel hombre, lo que le hizo bajar el instrumento que se había convertido en un apéndice más de su cuerpo.

—Necesito tu ayuda. No hay nadie cerca y yo mismo no puedo hacerlo. Estoy en una situación un tanto... -dijo el hombre mientras se giraba, y le mostraba a Rya un gran agujero en su espalda del que brotaba mucha sangre- complicada.

Rya soltó un pequeño grito al ver la herida. Nunca había visto algo tan asqueroso. Parecía una herida provocada por un disparo de escopeta, no era reciente y tenía muy mal aspecto. El traje estaba medio quemado, formando un círculo que exponía la piel en proceso de putrefacción. La herida estaba infectada y supuraba un líquido espantoso, que bajaba por el traje hasta los pies. El olor que desprendía era de todo menos agradable, pero Rya no podía mirar hacia otro lado. Aunque quisiese, no sabía cómo curar una herida de esta magnitud en tal estado. No disponía de material ni de conocimientos, ni mucho menos de ganas, aunque la curiosidad la mataba. ¿Qué clase de persona podía haberle provocado tanto daño?. Y sobre todo, ¿por qué le habían disparado?

—Sé que no estoy en la mejor situación para pedirte esto, pero necesito que me cures la herida. No me quitaré el traje en ningún momento, si eso te hace sentir más segura. En cuanto esté curado te prometo que me marcharé. No tengo a dónde ir ni quién me ayude. Por favor, dependo de tu ayuda.

El hombre, viendo que Rya ya había bajado por completo el hacha, aprovechó para añadir un par de súplicas más a su discurso. Ella, impasible, no podía pronunciar palabra alguna, pero tras unos minutos que para ambos parecieron horas, cuando se disponía a darle una respuesta, el teléfono comenzó a sonar. Riiiing, riiiing.

Rya corrió hacia este para ponerlo rápidamente en su oreja deseando con todas sus fuerzas que fuese su madre.

—¿Mamá? Ah... Sí, soy yo... ¿Cómo?

El teléfono chocó contra el suelo de piedra, rompiéndose en un par de pedazos. Rya comenzó a ponerse pálida a medida que sus piernas comenzaban a fallarle. Intentó acercarse al sofá, para buscar apoyo pero lo único que consiguió fue caerse. Se le empezó a nublar la vista mientras estaba en el suelo con la mirada fija en el teléfono hecho añicos. De repente, todo era negro.

«Trágicas noticias las de hoy. Han muerto más de 41.203 personas en las pasadas veinticuatro horas. El virus ha mutado una vez más y esta vez es extremadamente peligroso. El Gobierno ha prohibido, bajo cualquier circunstancia, cualquier tipo de interacción social entre personas. Se excluyen, por razones obvias, aquellas que sean a través de cualquier dispositivo electrónico y no conlleven un acercamiento...»

HIEMS LETALISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora