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La tarde después de visitar la tumba de mi madre fue sumamente lúgubre. La casa estaba en silencio y mis hermanos menores habían sido obligados a estudiar todo el día, ya que según Charles estaban atrasados para sus edades. Mientras tanto por mi parte asistía a clases especiales que me preparaban para rendir el examen de ingreso a la Universidad, dónde estudiaría para ser maestra.

Los niveles eran sumamente distintos, además de que mi tutora debía instruirme de manera adecuada para ser una señorita, mientras que a mis hermanos no. Por eso mismo tomábamos clases separadas.

Había sido dificil conseguir el permiso de mi tío para estudiar en la universidad, ya que al principio querían que me redujera a simplemente asistir a una escuela de modales de señoritas y a esperar que consiguiera un buen esposo, pero mi madre le había pedido que me dejará estudiar en uno de sus últimos deseos en su lecho de muerte, por lo que Charles accedió a mis peticiones sólo y exclusivamente por respeto a su difunta hermana.

Mi madre había sido valiente, era una mujer que pisaba fuerte y se hacía valer, lograba que el resto la oyera. Toda mi vida la había admirado, su coraje era envidiable, su manera de hablar, correcta y firme, sumamente capaz de cambiar cualquier opinión. Su paso por nuestras vidas había sido fugaz pero no en vano. Cada deseo que tuvo fue cumplido, cada valor que nos enseñó lo aprendimos y nos quedamos con aquello que la hacía tan única.

Quizás algún día pudiera ser la mitad de lo que ella era, con eso estaría mas que satisfecha.

Aquella noche no asistí a la cena debido a que no me sentía bien, me había quedado dormida temprano intentando recuperar mis energías luego de tanto llanto durante el día.

Cuando me desperté hoy por la mañana esperé que la jornada sea mucho mejor que la anterior.

Mi primer acción del día fue pensar en mi apariencia, por lo que ni bien me levanté, me miré en el espejo. Mi cara ya no estaba hinchada de tanto llorar, y eso era un alivio.

Para sentirme aún mejor decidí usar uno de mis vestidos más lindos. El que llevaba puesto tenía las mangas largas, era de un rosa claro sumamente delicado. Tenía un pequeño bordado por la parte superior. Junto a él me coloqué medias para no sentir tanto el frío, adornando mi pelo corto con una pequeña hebilla.

Mi habitación no era tan pequeña, era blanca, mantenía un estilo victoriano y estaba sumamente abarrotada de viejas decoraciones en blanco y rosa. Podría decirse que no había otro color entre aquellas cuatro paredes.

Hoy si me sentía mejor, el caos de mi interior había sido controlado. Salí de mi habitación, pasando por el pasillo de madera que estaba vacío. Cuando estaba bajando a la sala fue el momento en el que noté que todos se encontraban allí.

Mi tía usaba el único teléfono de la casa, que estaba justo en la sala de estar. Su comportamiento era errático, nervioso, su expresión era de preocupación, a su lado estaba el señor Chalamet, como siempre estaba serio y vestido de un traje negro. Parecía no conocer algún otro color u otra expresión.

—Buenos días—saludé frenandome frente a ellos, quería saber con que sucedía y quizás así me lo contaría.

—Buen día señorita Elizabeth—el huésped me respondió. Mi tía ni siquiera se digno a mirarme.

— ¿Está todo en orden? —intenté acercarme a ellos, sin embargo no pude. Emily se alejó un poco más de mi.

—No lo sé—su mirada verde fue intensa, me sentí intimidada por un pequeño momento, pero el sonido de un jadeo que soltó la mujer me sobresaltó.

— ¿Tía qué sucede? —le pregunté en un segundo intento por romper la distancia entre ambas.

—Tu tutora...—las palabras parecían no poder dejar su boca, la expresión de preocupación había sido reemplazada por una de horror.  Soltó el telefono mientras se llevaba su mano a la boca, y antes de que el señor Chalamet pudiera tomarlo me apresure para agarrarlo.

— ¿Hola? —pregunté esperando que alguien hablará del otro lado de la línea.

𝐄𝐋 𝐇𝐔𝐄𝐒𝐏𝐄𝐃 || timothée chalametWhere stories live. Discover now