-Lo que quiero-

19.5K 1.7K 488
                                    

30 MESES DESPUÉS
***

Enzo salió del restaurante con una sonrisa enorme y detuvo la puerta para que Rosela pudiera salir. Ella era la primera mujer con la que se sentía lo suficientemente cómodo como para salir desde Milay y ya tenían casi cuatro meses saliendo oficialmente. Rosy, como él la llamaba, lo sacó del profundo hoyo depresivo en el que se había estancado cuando dejó ir a su novia de tanto tiempo, cuando se despidió de ella para que ambos pudieran ser libres.

Todavía tenía sus días malos, momentos en los que empezaba a cuestionar esa decisión que había tomado, pero luego llegaba Rosela con su franca sonrisa y alegre comportamiento y se daba cuenta de que, aunque tal vez nunca olvidaría a Milay, fácilmente podría empezar a crear nuevos recuerdos con ella; podría amarla casi tanto como a Mil. Eso es lo que quería creer.

Se habían conocido cuando a ella se le quedó varado el auto en medio de la calle. Nadie parecía querer ayudarla, pero Enzo pasaba por ahí y la vio pidiendo ayuda. Se acercó y le echó un vistazo al motor por debajo del capo. Solo fue cuestión de apretar unos tornillos de la batería, nada demasiado importante, pero para ella había sido mucho. Le había agradecido y lo había invitado a tomar una copa como forma de pago, sin embargo él la rechazó de manera educada.

Solo había querido ir a su casa, beberse toda la botella de licor para después quedarse profundamente dormido. Ella se encogió de hombros y le dijo que tal vez lo harían en otra ocasión, sin saber cuánta razón tenía. Él asintió y se fue a su casa donde se la pasó pensando en que tenía que comenzar a rehacer su vida. No podía vivir para siempre encadenado al recuerdo de la mujer que amaba y continuar de la manera en la que estaba; bebiendo hasta ya no sentir nada.

Esa noche se prometió que, si alguna otra mujer lo invitaba a salir él aceptaría. No estaría tras las mujeres persiguiéndolas, pero tampoco iba a rechazar invitaciones de mujeres guapas que se vieran interesadas en él.

Cuál fue la sorpresa que se llevó cuando un par de días después, Rosela entró en su oficina buscando a alguien que le ayudara a sacar un presupuesto para un proyecto que tenía en mente. Cuando Enzo la vio entrar, pensó que era el destino, pero luego desechó la absurda idea. Era solo una casualidad.

Como Enzo era contador, le dijo que él podría hacerse cargo del presupuesto con mucho gusto si ella deseaba. Rosela aceptó encantada y salieron a tomar una copa de manera profesional para poder aclarar los puntos necesarios y lo que ella buscaba. Charlaron de trabajo y Enzo se encontró sorprendido al ver que ella lo podía hacer reír con tanta facilidad. Bebieron un par de copas más y, después de llegar a un acuerdo, dieron paso a los temas personales.

Ella era viuda, sin hijos y él... Bueno, Enzo era soltero. 

Congeniaron tan bien que quedaron en volver a salir ese mismo fin de semana, y ahora, ya habían pasado casi seis meses. Rosy estaba completamente encantada con él, con su educada manera de ser. Desde un principio le había atraído ese aire melancólico que Enzo cargaba, pero se había dado cuenta que cada que estaban juntos, sus ojos volvían a brillar. Como si su sola presencia apagara sus sombras interiores.

Él ya le había contado acerca de Milay y su accidente y ella lo había escuchado comprensiva. Al fin y al cabo ella sabía lo que era perder a un ser querido. Aunque Milay no había muerto, Enzo lo sentía así. ¿Que caso tenía seguir esperando algo que tal vez nunca pasara? Se había resignado a que Milay nunca despertaría.

Se dirigieron a su coche y, una vez dentro, enfilaron hacia el apartamento de ella. Llegaron, se desvistieron y se dedicaron a amarse con sus cuerpos. Él no podía creer lo feliz que se sentía al tenerla entre sus brazos. Se sentía, por primera vez en mucho tiempo, completo.

Besando la cima de su cabeza, aspiró su dulce aroma y ella se giró para verlo con una sonrisa satisfecha. Sus ojos verdes brillaban y Enzo sintió cómo el corazón se le apretaba al verla tan radiante.

—¿Qué? —preguntó Rosy. Ella besó su pecho desnudo y se acurrucó más cerca de su cuerpo, escondiendo su rostro en el hueco de su cuello.

Ella lo hacía sentir feliz y... vivo. Hacía ya algún tiempo que, cuando pensaba en Milay, solo sentía un dolor sordo en el pecho; uno que siempre estaría ahí, él lo sabía. Era consciente de que nunca la olvidaría, pero solo serían recuerdos los que guardaría de ella. Bonitas memorias. Ahora, su presente, no era para lamentarse por algo inevitable; era para compartirlo con la mujer de la que estaba enamorado.

La mujer que amaba.

La respuesta llegó a él tan rápido que fue como un golpe físico que le quitó el aliento. 

 —¿Rosy?

—¿Sí? —murmuró ella algo cansada. Podía sentir como se iba a quedando dormida entre sus brazos, pero no quería que lo hiciera sin antes decírselo. Debía sacarlo de su pecho.

—Te amo. —Sintió cómo el cuerpo de ella se tensaba antes de que su rostro saliera a la luz con los ojos abiertos como platos. Empezó a buscar su rostro escaneando por algo, un indicio de que estuviera bromeando pero al no encontrarlo, sonrió sintiéndose afortunada y se lanzó a besarlo.

—Dios, también te amo, Enzo. Te amo tanto. —Continuó besándolo hasta que se quedaron sin aliento—. Dímelo otra vez.

Él sonrió y la apretó más contra su pecho.

—Te amo, Rosy —repitió sin miedo, para después lanzarse de lleno a su boca. Ahora pasaría pagina sin miedo; seguiría adelante y dejaría su pasado donde debía estar. Guardado en un rincón de su mente.

Mientras tanto, en el hospital, Milay abría los ojos y escaneaba la habitación desconocida en la que se encontraba recostada y sola.

—¿Enzo?



Momentos contigo ✔ [2015]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora