CAPÍTULO 41

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Corazón roto premeditado

Los primeros tres días sin Liam no la pasé tan mal. Era fin de semana y, a veces, solía pasar esos días sola en el apartamento. Luego llegó el lunes, él se sentó lejos de mí en la clase y me evitó en todos los recesos; así fue durante cinco días.

Por ende, mientras estábamos en el horario de clase, me limitaba a ver a Liam dibujar sobre la pantalla de su tableta. Él dibujaba mirando por la ventana, trazaba lentamente cada vértice de esa casa con la que soñaba, y yo escribía sobre él, sobre lo que me provocaba; sin saber que, seguro, si miraba por la ventana del segundo piso, era ella quien reposaba sobre su pecho mientras la acariciaba.

En el nuevo fin de semana me hice amiga del whisky que el castaño guardaba bajo la mesada. Él robó mi corazón, ¿qué más daba que le robara unas botellas de alcohol que no volvería a tocar?

Luego simplemente falté a clases durante toda la semana, y absolutamente nadie me buscó.

No me sorprendía.

Liam solía hacerme preguntas filosóficas de repente, cuando menos lo esperaba. Ahora sola y ebria sobre el sofá de la sala, y llorándole a él, parecía maquinar el doble y torturarme el triple.

Cuando comencé a investigar sobre amor también me había encontrado con la otra cara de la moneda, con el desamor, y me había preguntado infinitas veces cuánto tardaba en romperse un corazón, o como se sentía, porque veía a las protagonistas rotas por completo, perdidas, y solo por la ausencia de una mirada. Finalmente entendí que se perdía lo mismo que se ganaba.

Mi corazón tardó tres meses en romperse, porque fueron los tres meses que tardé en ganarlo. Gané su apoyo, gané sus besos, gané su cariño, y perdí lo mismo.

Descubrí que, el amor, era firmar un trato con seguro a la pérdida. ¿Cuántas eran las posibilidades de que todo saliera bien? ¿Y comparadas con las de que todo saliera mal, lo valían? Era ese salto al vacío con los ojos cerrados fantaseando con que hubiera agua, pero durante ese instante se sentía tan bien.

Los últimos días de clase comenzaron a pasar en cámara lenta. Estaba acostumbrada a estar sola, lo había estado durante toda mi vida, pero no solía sentirse así, ahora era una tortura.

Trataba de centrarme en mi próximo proyecto, trataba de escribir sobre amor, pero sentía que toda mi existencia gritaba lo opuesto. Estuve segura de eso cuando, al tratar de escribir, lo más interesante que me salió fue un "él se fue", y no, Liam aún no se había ido, pero no estaba.

Me sentía patética sentada sobre aquel sillón y aceptando el sabor amargo del whisky, tratando de procesar si se sentía igual que en sus labios.

Así que había caminado hacia mi closet con tranquilidad, dándole tiempo a cada paso. Quise probar algo nuevo, algo como llegar a la fiesta de Nick y perder mi dignidad probando suerte con que Liam estuviese allí; quizás, si tenía al universo de mi lado, hasta ganaba una sonrisa de su parte, y eso me alimentaría el alma por alguna otra semana. Así que así lo hice.

Tomé un vestido negro y ceñido que, en otra ocasión, ni se me ocurriría usar, pero no quise ignorar esas ganas de sentirme viva cuando contemplé mi reflejo y pretendí ser alguien más.

Luego de eso avancé por las calles del internado como si nada, como si no llevara días sin saber lo que es estar sobria y como si no estuviera fingiendo que mi único problema era un corazón roto premeditado.

Los posibles reencuentros con el castaño se estaban creando en mi mente mientras avanzaba. Imaginaba su cara de sorpresa al verme con el cabello lacio, maquillada y con prendas diferentes. Imaginaba que sonreía y se moría por volver conmigo al apartamento.

MelifluaWhere stories live. Discover now