22 - AGUA Y FUEGO

790 69 97
                                    

Varios días pasaron del incidente del teléfono. Largos, tortuosos y monótonos días. Era como vivir dentro de un remolino de habitualidad, aburrido y carente de sentido algunas veces. Por lo menos así lo percibía el detective que a estás alturas estaba más que harto de todo. Lo único que lo mantenía alerta y concentrado era el plan que lentamente se labraba en su cabeza. Plan que consistía en aprovechar la oportunidad perfecta, el punto de inflexión de Nines que lo llevaría a la libertad. Pero incluso, habiéndolo repasado millones de veces, habiéndolo repensado buscando posibles caminos erróneos delimitando cada uno de sus movimientos; cabía la posibilidad de fallar. Hasta el más experimentado detective conoce de los imprevistos, las sorpresas o las desgracias. Muchos de sus planes ideados como detective en la comisaría se lo demostraban. Estar un paso delante de un androide como RK900 no es tarea sencilla.

Las meticulosas y reiteradas observaciones hacia la cotidianeidad de Nines siempre ayudan. Sus movimientos, su modus operandi, la hora exacta en la que llega a casa, en la que se va, etc. Gavin se las conocía a todas. Incluso hasta cuando venía a la habitación a verlo, había memorizado cada uno de los patrones. Porque si hay algo que las máquinas realizan son patrones, pasos a seguir interiorizados en sus mentes o softwares. Una cafetera eléctrica sigue determinados pasos para preparar café, una lavadora los suyos para enjuagar y centrifugar la ropa. Nines, por más humanizado que se encuentre, siempre guardará resquicios de una máquina automatizada, un manual de instrucciones en su cabeza que Gavin debe reinterpretar y que quizás ni el propio androide se haya jactado aun.

Gavin descubrió que portarse bien conlleva sus recompensas. Obedecer a Nines y quejarse menos ha traído pequeñas gratificaciones, como que ahora el androide lo amarre con menos regularidad o de plano lo deje vagando por todo el departamento. Gavin disfrutaba de vez en cuando mirar un poco de televisión u observar a las personas a través de la ventana. Cuando 900 se distraía mucho, Gavin pegaba su oído a la puerta principal tratando de escuchar algo o alguien del otro lado. Más de una vez intentó abrirla sin hacer ruido pero obviamente se halló con el hecho de que estaba con cerradura. La ubicación de la llave que abriría dicha cerradura continuaba siendo un misterio. La idea de gritar si escuchaba a alguien del otro lado del pasillo lo atormentaba enormemente. Si hacía un escándalo golpeando con furia la puerta, quizás un vecino cercano podría escucharlo. Pero las consecuencias negativas de aquel acto serian más que desagradables, la idea era demasiado arriesgada estando Nines tan cerca.

Gavin también aprendió que muy esporádicamente Nines toma una ducha de siete minutos. Una situación como aquella era la que necesitaba para conseguir su teléfono de la chaqueta. Nines continuaba escondiendo su móvil allí, lo sabía perfectamente. Solamente debía hallar la oportunidad perfecta para engañarlo y tomarlo sin que se de cuenta, pero aquellas oportunidades eran mínimas por no decir nulas. Nines se desvestía dentro del baño y estaba tan atento a los movimientos del humano como en cualquier otra situación. Gavin se sentía tan controlado y observado por el androide como si lo tuviera en frente suyo, no importaba que este se demorara en la ducha, que se fuera del departamento o que se encontrara en modo reposo; siempre estaba pendiente de Gavin. Como si la casa de repente estuviera viva y lo inspeccionara sobre cada rincón, cada espacio, a todo momento.

Encontrar aquella deseada falla, el punto de error del perfecto Nines era complicado y dificultoso. Pero en una noche, la desdichada fortuna del humano cambiaría.

A las 20:45, el pequeño chirrido de las manillas del grifo abrirse se hicieron presente. Pronto el agua de la ducha comenzó a correr y el vapor caliente a elevarse. La puerta del baño estaba asomada, no cerrada en su totalidad. Gavin observaba todo parado de pie desde el pasillo. Observaba como la luz blanquecina del baño se deslizaba por el diminuto espacio que quedaba entre la puerta, el piso y la pared. La luz, pequeña pero intensa, iluminaba el sector del pasillo cercano y las pequeñas partículas que escapaban del baño. Partículas que no se trataban ni más ni menos que las moléculas de agua producto del intenso vapor. Gavin estaba tan concentrado en ellas que las veía bailar ante sus ojos, como burlándose de su existencia y de su situación.

EN MIS ENTRAÑAS | REED900Donde viven las historias. Descúbrelo ahora