LAS PAREDES ESTÁN TAN NEGRAS COMO SIEMPRE, INCLUSO CON EL LÁPIZ CUBRIENDO trozos y piezas hasta que la pintura blanca desconchada es apenas visible. ¿Por qué Illa los mira como si fueran lo más impresionante que ha visto en su vida? Eso es lo que los médicos están tratando de averiguar mientras están parados en la puerta, tratando de sacarla de su aturdimiento.
Una prueba como esta no es infrecuente. Illa tiene que ser uno de los casos más extraños hasta ahora, y tratan con una cantidad infinita de demonios en los niveles más bajos de Eichen House. Sus ojos marrones están vidriosos mientras mira la pared frente a ella sin parpadear. La doctora, la enfermera Cross, comparte una mirada exasperada con el hombre llamado Schrader antes de poner los ojos en blanco.
—Illa, sal de ahí—le ordena con dureza a la adolescente sentada completamente inmóvil en su colchón.—Levántate o te obligaré a moverte.
—Jesús, ella es casi tan mala como Martin—Schrader comenta con sarcasmo. Ante la mención de uno de los pacientes más nuevos, su compañero de trabajo se queja.
—Eso me recuerda que también tengo que llevarla a las duchas—Cross suspira, alborotando su rizado cabello rojo.—Será un placer tener a las dos locas por aquí. Quédate aquí e intenta conseguir la función mientras agarro a Lydia.
Ella se va, deslizando la puerta detrás de ella con un chirrido áspero y un clic de la cerradura. Schrader está solo en una celda con poca luz con una chica posiblemente peligrosa. No sabe exactamente qué provocó que la encerraran y, francamente, no quiere saberlo. Todo lo que sabe es que ella tiene ataques de gritos intensos y labios en trances como estos al menos una vez a la semana.
Illa Wen parece al menos algo normal. Cabello desordenado, cabello oscuro desordenado termina justo por encima de sus hombros y su rostro en forma de corazón está completamente quieto. Lleva una camiseta gris que es dos tallas más grande y pantalones de chándal holgados, eso es todo lo que tienen para que se ponga.
—Illa—Schrader dice lentamente, dando un paso más hacia la chica aparentemente catatónica.—¿Estás bien? ¿Puedes mirarme?
Permanece completamente quieta, los ojos vidriosos enfocados en una imagen del sol que había dibujado en su pared con lápiz amarillo mostaza. Schrader se acerca de nuevo y vacilante se acerca para pinchar su brazo.
—¿Illa?
Justo cuando sus dedos están a punto de tocar su manga, Illa golpea su mano con increíble velocidad y fuerza. Sus ojos ahora claros se encuentran con los de él y rápidamente se llenan de un terror implacable. Un grito estalla en sus labios, lo suficientemente fuerte como para hacer que el médico se estremezca de sorpresa. Vuelve a la cama con los pies descalzos y revuelve las sábanas hasta que se aferra al marco de metal con todas sus fuerzas. Sus ojos se cierran con tanta fuerza que parece herirla.
