STILES LLAMA A LOS OTROS TRES AL FINAL DEL PASILLO DESPUÉS DE QUE LOS GUARDIAS se hayan ido. Illa mira ansiosamente al chico de la celda, que ha retrocedido lo suficiente como para estar segura de que ya no representará una amenaza. Ella busca un segundo de más; Liam le da unos golpecitos en el hombro para que siga moviéndose y no se quede atrás. Tenía suerte de que las sombras hubieran ocultado al chico para que no le hubiera visto la cara por accidente.
Cuando se da la vuelta, sus ojos están cerrados, por lo que extraña la mirada preocupada que Scott le da. Sus ojos se dirigen a Liam detrás de ella y hacen una pregunta silenciosa. El chico más joven se encoge de hombros; tampoco sabía por qué Illa parecía desconcertado por el chico.
—Estamos en una encrucijada—, le informa Stiles a Illa, demasiado concentrada en la tarea de encontrar a Lydia para notar la interacción entre los dos chicos. —¿Por dónde?
—Izquierda—, responde con cuidado. Stiles es inteligente, y vino aquí ayer, pero tal vez solo esté revisando las direcciones con ella. Podría ser una prueba para ver si vale la pena confiarle las direcciones. —A partir de ahí, es todo recto.
Caminan en silencio a excepción de sus indicaciones ocasionales. De alguna manera, cuanto más tiempo pasan así, más a gusto se siente Illa. No está acostumbrada a tanta charla informal y se contenta con la falta de conversación. Las interacciones con los demás no siempre han sido su fuerte, sobre todo porque por lo general no hace mucho más que gritar a otras personas.
El sonido de una luz sobre su cabeza apagándose llama su atención. El espacio detrás de sus párpados se oscurece por una fracción de segundo, y su respiración se entrecorta.
—Está bien—, le dice Scott después de detectar el salto en los latidos de su corazón. —Es nuestra amiga, Kira.
—Ella lo hizo—, Liam jadea con incredulidad. —Ella realmente lo hizo.
—Tenemos cinco minutos para llegar a Lydia—, anuncia Scott, y todos los sentidos de calma dentro de Illa desaparecen en esa única frase. Le ruega a todas las fuerzas de arriba que pueda trabajar bajo tal presión y que su memoria no le falle.
Alguien le toma la mano ligeramente, pero su brazo instintivamente se aparta ante el contacto inesperado. Se siente culpable por una fracción de segundo. Habían estado tratando de realizar un gesto amable, no lastimarla, como solía hacer.
