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Leonard apartó la sábana del espejo en un ágil movimiento. Los ojos cerrados de María se abrieron para mirarse al espejo con una gran cara de fascinación. Dio una vuelta sobre sí misma para proceder a admirarse como una diosa. 

-Este conjunto se llama... Un ruiseñor.-presentó el joven haciendo una reverencia como un actor recién acabado su trabajo.

-Leonard... ¡Te has superado! Eso es increíble. 

-Gracias mi reina, es un conjunto solo para vos.

-¡María! Estás preciosa. 

Mientras los jóvenes brindaban por el nuevo conjunto de Leonard, los maridos se encontraban al norte de la ciudad en mitad del bosque, Luis XVI iba subido en su caballo con el arma en la mano esperando el momento preciso para disparar. 

-De verdad, creíamos en todo momento que Auguste sería una niña.

Pero el charlatán de su hermano no hacía más que empeorar la situación, el joven suspiró y bajó su arma colocándola en su funda para tener una mejor visión. 

-¿Y eso porqué?-preguntó su otro hermano, Carlos. 

-No lo sé, me hubiera gustado que fuera una niña.

-Eso es curioso, creo que nadie jamás querría que sus hijos fueran hembras. Y se lo digo yo, alteza, que tengo ya dos.-decía el marido de Gabrielle mientras limpiaba su arma. 

-Quizás sea porque los niños siempre recordarán a su madre con cariño y a su padre como el viejo pesado que siempre le mandaba tareas, así al menos recuerdo yo a padre. Pero... Las niñas siempre tienen una conexión especial con sus padres, además, duran muy poco siendo niñas, se prometen y vuelan mucho más rápido y por eso creo que hay que disfrutarlas más, consentirlas y hacerlas sentir como una reina.

Luis XVI seguía apuntando a su presa, muy concentrado, apretó el gatillo y la bala dio justo en la cabeza, matando al animal al instante. Sabía que esa sería la cena de esa noche. Sonrió victorioso y guardó su arma de nuevo en su funda.

-Tienes toda la razón, mi querido Luis.-comentó finalmente Auguste.

Todos los presentes felicitaron a su majestad por su perfecto tiro y los caballos comenzaron a trotar en busca de otra presa, a ritmo tranquilo, sin ninguna prisa.

-¿María tiene problemas para quedarse embarazada? Como le pasaba a tía Chandelle.

Todos los ojos se posaron en el pequeño Carlos, eso le hizo saber que no debía haber preguntado aquello y miró al inicio de la silla de su caballo totalmente avergonzado.

-No es eso, Carlos. 

-Solo lo preguntaba por... Ya sabes, porque está casada y aún no tenéis hijos.

-Todo a su tiempo.-explicó Auguste.

Justo después, chasqueó el labio superior con la boca cerrada indicando a su leal corcel que galopase hasta lo más profundo del bosque haciendo que todos lo siguieran.

María tomaba el té con Gabrielle, hablaban animadamente como todas las mañanas, así evitaban a madame Adelaide y podían tener un rato de descanso en la interminable lista de visitas de María. Las jóvenes estaban centradas en aquel nuevo sabor de té importado desde Japón hasta que una figura hercúlea y prominente se acercaba hasta ellas.

-Majestad.-saludó haciendo una corta reverencia.-Quisiera agradecerle por organizar el día de caza de su majestad, solo venía a informarle de que no podré ir debido a unos asuntos que me llevarán todo el día.

-No se preocupe, Lafayette. ¿Sus asuntos se alargan hasta por la noche?

Gabrielle se atragantó con el té y comenzó a toser tapando con la mayor elegancia que pudo su boca con la servilleta. Los ojos de María se posaron en ella sin entender el incidente, pero los de Lafayette no se movieron de la reina.

María. (TimePrincessGame) Terminada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora