Aquellos felices y maravillosos días

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La joven gritó levantándose rápidamente del asiento, sus ojos conectaron directamente con la persona que la había tocado y suspiró sonoramente.

-¡Pa-pá!-gritó la pequeña.

-¡María! Discúlpame, solo quería verte. ¿Estás bien?

María asintió, las pulsaciones disminuyeron y colocó una mano en su frente, bajó a la pequeña de sus brazos y esta caminó torpemente hacia su padre abrazando sus piernas. Auguste la cogió en brazos y los diminutos brazos de la princesa rodearon su cuello, la conexión que los dos habían desarrollado era tan especial y hermosa que todo el mundo quedaba sorprendido. María sonrió al ver a como Auguste se mostraba cariñoso y amable con su hija sin miedo a lo que las malas lenguas podrían hablar, algo había oído de que eso no lo hacía un hombre de verdad. Pero María hacía mucho que había decidido ignorar aquellas voces.

-Sí, estoy bien, lo siento.

-Te noto muy distraída últimamente. ¿Porqué no pasamos un día en familia? Venía a proponértelo, atrasaré todas las reuniones.

María sonrió ante la maravillosa idea de su marido, siempre era tan detallista y especial con ella que pensaba que había tenido que ser la mejor persona del mundo. Asintió sin pensárselo, Auguste colocó su brazo para que se agarrara a él mientras que con el otro sostenía a la pequeña.

Pasearon por el jardín, jugaron durante todo el día con la princesa, incluso Jean-Marc accedió a hacer un par de bocetos para un futuro regalo a sus majestades. Todo era perfecto, María no podía ser más feliz.


Nueve meses después de aquel día, María se encontraba de nuevo en aquella habitación destinada a los partos, aún con las mejillas sonrojadas y empapada de sudor. Miraba al techo casi con la visión nublada, todo el mundo guardaba silencio, esa vez era otoño, el viento corría suavemente haciendo que las hojas bailaran y se cayeran de los árboles. Escuchó un leve llanto y unos pasos caminar hacia ella.

Giró la cara para ver a su marido, este la miró también, se sentó justo a su lado con un recién nacido envuelto en pañales, los ojos de Auguste estaban ligeramente vidriosos, agarró la mano de María con suavidad y la besó con cariño.

-Mi reina... Gracias. Has hecho realidad nuestros sueños... Y los de toda Francia.

Los preparativos en Versalles se hicieron como nunca antes, al fin tenían un heredero, un niño llenó de salud. Luis José de Francia, delfín de Francia. Los reyes realizaron una gran fiesta por su pequeño y como siempre, no sería otro que Leonard el que realizase su ropa. La reina vistió con un hermoso vestido rosa a juego con María Teresa. Hicieron un gran banquete por el nacimiento de su hijo en el que toda Francia estaba invitado, María al fin parecía haber cumplido su parte más importante como reina.

La familia al completo se encontraba posando para el retrato real. Auguste posaba justo a su lado, María estaba sentada con el pequeño en sus brazos, Luis Carlos, un niño precioso, casi como un ángel. María Teresa, que solo tenía dos años se encontraba a su lado sin parar de bostezar.

-Mami, me voy a ir. ¿Vale?-resonó la voz de la pequeña.

-Aún no puedes, cariño, debes quedarte más tiempo.-le indicó María en un tono suave.

María Teresa había crecido muy rápido, su pelo era castaño como su padre, solo que algo más claro, había sacado los ojos de su madre, era una niña hermosa. Volvió a bostezar rascándose los ojos. La puerta sonó y se acercó el joven Gian Marco, el aprendiz del pintor de cámara. Se acercó al adulto mirando su lienzo.

-Ahora no, Gian Marco. Estoy trabajando.

-¿Y cuándo se supone que voy a aprender? Estoy harto de pintar esculturas.

María. (TimePrincessGame) Terminada.Where stories live. Discover now