Capítulo catorce

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Los ojos del príncipe cambiaron drásticamente a rojos y sus manos adquirieron garras afiladas, tenían la apariencia de cuchillos filosos, mientras que su sonrisa desbordaba confianza.

¿Quien te envió?—pregunto fulminándolo con su mirada,—¿Cuantos como tú han venido?, ¿Y cual es su propósito?—le interrogo de manera amenazante, si las miradas fuesen capaz de matar el sujeto frente suyo desde hace mucho habría perdido la vida.

Sin embargo, la mirada del joven no le terminaba de asustar del todo, el ángel confiaba en su fuerza y que no podría ser herido por un ser tan insignificante como lo eran los demonios.

—Eliminarlos, ese es mi deber—respondió sin darle mucha vuelta al asunto.

Rápidamente realizo un movimiento brusco que logro posicionarlo a espaldas de Jordán, agito su arma con el cuello del joven, con un ágil movimiento se agacho antes de que este pudiera atravesarle el cuello con el arma, se dio la media vuelta y le puso el pie al sujeto haciéndolo tropezar, al momento en que cayo, sin pensarlo dos veces se abalanzo encima suyo, el ángel se dio la vuelta en el suelo y le dio una patada en el abdomen a Jordán, esta patada mando a volar.

El príncipe rápidamente se reincorporo sin ningún solo daño y se teletransporto enfrente suyo, con su mano tomo el cuello del hombre y le estampo en la misma cruz en la que yacía el cuerpo sin vida de aquella demonio, el ángel saco sus alas en intento de tener más oportunidades, pero Jordán despedazo su oportunidad al momento en que coloco sus manos en una de sus preciadas alas.

Las manos del príncipe tiraron de sus alas con fuerza, y el grito del sujeto no tardo en hacerse presente, las alas de un ángel son un regalo de su creador, lo más amado para cada uno de ellos, ya que representa el amor que su creador les tiene. El dolor fue totalmente insoportable, pluma por pluma abandonaron a sus hermosas alas hasta solamente dejar el cascaron de ellas, la anatomía de sus alas no era tan preciosa como a como lucia con sus plumas.

La sangre resbalo por su espalda, y tras haber perdido el regalo de su amado padre todo signo de batalla desapareció de él, el ambiente tenso de parte del joven inexperto ángel se disipo por completo, se había terminado rindiendo.

—Es hermoso, ¿no?—pregunto el joven príncipe burlándose del ángel a sus pies que no se movía, sin tanto esfuerzo arrastro al cadaver en vida de este ser, le coloco en el asiento en que una vez seguro coloco a la demonio y lo ato a este, como seguro el había hecho con cientos de pobres demonios.

La rendición en la batalla no significa rendición ante la muerte, eso es algo que todos debemos entender a la perfección, si fracasamos en comprender y poder diferenciar esta humilde palabra, podemos caer en una trampa mucho mayor.

En un vano intento por escaparse llamo a la daga que creo en un principio y esta enmendó contra el príncipe logrando dañarlo en el costado izquierdo. La risa burlesca del ángel estallo aun estando en el asiento encadenado, estaba seguro de que había ganado.

El demonio por fin había perdido.

La victoria sin duda era suya.

No existía un solo demonio que fuese herido por un arma sagrada y que pudiera sobrevivir a ella, el poder de su amado padre no lo permitía, cualquier ser que fuera atravesado por esta debía morir en cuestión de segundos, así era como estaba descrito en las reglas del cielo.

En cuanto su risa ceso, su rostro solo pudo palidecer ante el demonio, este arranco la daga del costado sin mucho esfuerzo y la aventó al lado contrario de la habitación, no parecía retorcerse del dolor que los otros ángeles le habían dicho, él estaba completamente bien tan bien que se reía de la situación.

Claramente confundido y sin poder creer lo que estaba presenciando solo pudo cuestionar—¿QUIEN RAYOS ERES TÚ?—nunca en su vida había visto algo así, los demonios eran débiles ante ellos, sus superiores siempre le contaban la manera en que los insignificantes demonios suplicaban por sus vidas, pero, no había vuelta atrás para unos pecadores como lo eran ellos. Una vez herido solo quedaba esperar la muerte.

¿Entonces por qué ese demonio estaba bien?

Sus alas eran sagradas, eran un regalo de su señor y al serlo podían eliminar a cualquiera.

—JAJAJA—las carcajadas de Jordán devolvieron al ángel a la realidad, los ojos del pobre ángel aun estaban sin poder creer la situación en la que se encontraba.

¿QUIEN ERES TÚ?—volvió a cuestionar el sujeto a gritos—DEBERIAS ESTAR MUERTO, NADIE PUEDE SOBREVIVIR A NUESTRA ARMA.—bofiro.

«El dolor no existe»—murmuro el joven ante el ángel que estaba atado al asiento con una voz completamente tranquila y delante suyo la herida comenzó a sanar, los ojos de este se abrieron a más no poder, los demonios no podían usar poderes curativos.—No porque no exista, sino porque vivo en él. Los pecados de cada uno de los míos es el mío, su condena me pertenece.

—TÚ..—grito mirándolo seriamente—No deberías poder hacer eso—espeto con rabia—los demonios no pueden manejar habilidades que solamente le pertenecen a los elegidos del señor.

Hablas demasiado—siseo el príncipe con enfado para el siguiente perforar con su mano derecha el abdomen del ángel, se aseguro de hacerlo muchas veces más, tantas hasta que pudiera sentirse satisfecho, daño órganos vitales sin piedad.

La sangre salpico la habitación, dejando rastros de un asesinato, que él ni siquiera se molesto en limpiar.

Entre agonías el ángel se atrevió a hablar—No es posible—murmuro en voz baja—Nosotros nacimos para matar demonios, los demonios no pueden matarnos, somos los hijos del señor—en su histeria escupió sangre, la arrogancia del príncipe se noto en las ultimas palabras que le dedico a su hermano—También somos hijos del señor—sentenció con dureza el demonio.

La única gran diferencia entre nosotros—respondió tranquilamente—es que nosotros los demonios nacimos para castigar sin piedad y ustedes no conocen los castigos.

—Nosotros ardemos eternamente y tú, y los tuyos gozan de la gloria.

¿Quien se equivoco? ¿Quién eligió mal?—le pregunto al ángel en lecho de muerte, no hubo respuesta de este y él mismo se respondió—Ninguno, siempre y cuando seamos fieles a nosotros mismos, no hemos cometido ningún solo error.

—Nosotros no hemos pecado, el único que lo ha hecho eres TÚ—sentenció duramente mientras cortaba su garganta, paso el dorso de su mano por su mejilla manchada para quitar algo de la sangre pero solamente pudo dejar más del liquido viscoso en ella.—El juicio concluyo.

Arde eternamente—susurro antes de prenderle fuego al cuerpo sin vida de uno de los hijos amados del señor.

El príncipe del Inframundo[#4]©Where stories live. Discover now