VI

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Era estúpido pensar que alguien con la edad de Yamaguchi necesitaría ayuda. Lo sabía mejor que nadie; que su amigo no era especialmente torpe y que sabía leer a las personas mejor de lo que aparentaba. Tampoco es como si Kei fuera alguien que se metiera en asuntos ajenos, pero desde que el estúpido de kenji le había dicho eso de que se había tomado la libertad de invitar a Tadashi no había podido evitar pensar de más. No sabía qué podría estar planeando Kenji (es la persona de la oficina que más se le acerca y a la que menos entiende, la verdad), ni cómo reaccionaría Tadashi.

Desde que llegó a la empresa no han hecho más que hacerle la vida imposible. A ver, tampoco en el sentido literal de la palabra, pero cuando comenzó a subir puestos rápidamente se situó en el punto de mira de tanto los que se sentían amenazados por sus logros como por las personas que quieren hacerle caer en picado.

Al principio era una competencia más o menos sana, pero con el pasar del tiempo se ha vuelto una auténtica batalla campal. Tsukishima siempre ha sabido dar lo mejor porque él es el primero que se pide tanto a sí mismo hasta dejarse la piel, pero desde que todos observan con lupa lo que hace, esa presión autoimpuesta ha crecido al punto de sentirse constantemente falto de aire que respirar o tiempo para siquiera hacerlo. Nunca se había sentido como se sentía en ese momento, pero toda la situación solo le hacía querer demostrar una cosa: que, por mucho que se esforzaran, él seguiría siendo el novato ascendido a uno de los mejores puestos y ellos los perros de la oficina que llevaban años comiéndole el culo al jefe (o un montón de sacos de huesos que llevan años con el culo pegado en la misma silla).

"Sé mejor que nadie cómo joder a la gente porque en su día también me divertía hacerlo", les había dicho la primera vez que al llegar a su puesto de trabajo (cuando todavía no disponía de un despacho propio, sino que trabajaba junto al resto) se encontró con que había desaparecido todo lo que había en su mesa dejándola completamente desnuda. "Y si los esfuerzos que ponéis en esto que habéis hecho con mis cosas fueran los mismos que los que ponéis en vuestro trabajo, a lo mejor no seguiríais viendo cómo os adelanto. Dejad de perder el tiempo en gilipolleces y dejad de hacer que yo lo pierda con vosotros."

No se dirigía a nadie en concreto, solo habló como habla alguien que aparenta estar lo suficiente seguro de sí mismo como para tirarse hacia los tiburones de esa forma. Kenji pasaba por el lugar es ese momento y lo miró todo con una sonrisa que no supo descifrar, pero sabía que él no había sido porque había estado de viaje. Y el resto de personas le miraron muy callados, pero con los ojos echando chispas. Desde entonces nadie ha vuelto a sabotearle de esa manera.

Tsukishima pensó que simplemente se habrían dado por vencidos y, de hecho, hubo bastantes compañeros que desde entonces ni siquiera le dirigen la mirada (prefieren ignorarle en vez de ensañarse con él solo porque sepa hacer bien su trabajo), pero hubo algunas personas que se empeñaron en seguir con el juego. De un día para otro y, sin darse cuenta, ya no buscaban fallos en su trabajo, sino en su vida personal. Y ya la guerra no era de sabotaje directo, sino de intentar sacar a relucir algo en su vida privada lo suficientemente gordo como para que afectara a su trabajo.

Hubo noches en las que no había podido pegar ojo pensando en lo que podrían encontrar de él. Descubrirían que había jugado voleibol en la preparatoria, que se peleó con unos idiota en el primer año de carrera acabando con una nariz rota y que guardaba estrecha relación con personas estúpidas (muy estúpidas, diría él), pero famosas. Esas cosas no le preocupaban, solo había una que le dejaba un poco intranquilo. Con el tiempo y bajo una invisible presión estuvo saliendo con una chica que trabajaba en otra planta y que conoció por casualidad. No duraron ni un mes cuando cortó la relación y desde entonces todo había ido peor.

Peor en el sentido de que habían vuelto de golpe recuerdos que intentaba olvidar y se estaba obligando a olvidar también.

Peor en el sentido de que no hacía más que recordar que cada vez que la chica le daba la mano algo se removía en su estómago y solo quería vomitar porque sentía que no era él quien enlazaba sus dedos con los de ella.

I Belong Where You Belong | TsukiyamaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora