43. De pesadilla

1K 56 22
                                    

— ¿Y cómo te fue? — le preguntó Mía con reproche a Gian Lucca que acababa de entrar a la casa de Candela. — ¿¡Una conferencia!? — espetó indignada con los brazos cruzados. — Yo me había creído todo el cuento de...

Gian Lucca se detuvo frente a ella y le clavó una mirada fulminante que la hizo enmudecer. Él respiró hondo buscando tranquilizarse y olvidar la situación que acababa de vivir pero no lo consiguió. El agobio le había tensado los músculos de la espalda y le empezaba a doler la cabeza; necesitaba darse un baño y dormir.

— ¡Cuéntame! Ahora que conozco el verdadero motivo de tu viaje a Nueva Zelanda, cuéntame cómo te fue — demandó Mía irritada al ver que él no respondía.

— Ahora no — refunfuñó Gian Lucca acalorado y se encerró en el cuarto de huéspedes.

— ¿¡Y a este qué bicho le picó!? — exclamó Candela que se entretenía preparando una jarra de limonada — Ya ni saluda, ni nada.

— ¿Podemos ponerle vodka a eso? — solicitó Mía volteando a su amiga.

— ¡Suena como una excelente idea! — saltó Luciana emergiendo del pasillo.

— ¡No! — las regañó Candela. — Vos pasáme el hielo y vos andá a ver qué le pasa al nene y decile que esa no es forma de llegar a mi casa.

— Está bien, voy...

— ¡Pero si es obvio lo que le pasa! — sonrió Luciana abriendo el refrigerador. — Está podrido de que lo histeriquees tanto, Mía. ¿Es necesario que te lo diga él?

— Y bueno, Lú tiene razón en eso — destacó Candela. — Un día se van a un hotel y parece que son la parejita feliz del año y el día después le decís que no podes tener nada con él, pero igual están a los arrumacos... ¡Luciana! ¡Pasáme el hielo, no el vodka!

— Bueno, bueno, disculpame... — murmuró ella volviendo a guardar el alcohol en su lugar.

— Sí, sí, puede ser — se lamentó Mía inmersa en sus problemas — ¿Pero qué otra cosa puedo hacer?

— Hablá con él — insistió Candela haciendo un esfuerzo para sacarle hasta la última gota al limón — Andá.

Mía tocó la puerta antes de entrar y encender la luz. Gian Lucca estaba sentado en el borde de la estrecha cama mirando fijamente los cuadrados de cerámica del suelo. Mía le puso una mano en el hombro.

— ¿Qué querés? — gruñó con una voz distante.

— No sé si has tenido un mal día o qué, pero... Cande te está recibiendo en su casa y ni la saludaste. Tanto me hablas de valores y educación pero tú estás peor que yo — lo sermoneó Mía con dulzura. Él volteó a mirarla como si le acabara de hablar en un idioma que él no entendía. — ¿Estás bien?

— No sé. Ha pasado algo que... — comenzó a decir él pero la voz se le apagó y bajó nuevamente la mirada.

Le costaba mirarla a los ojos porque desfilaban por su mente imágenes de Mía teniendo sexo con el Doctor Diego Riva Agüero. "¿Cómo fui tan idiota como para no leer el nombre? ¿Cómo no me di cuenta antes?" maldijo en su cabeza Gian Lucca.  Y lo peor de todo es que le había caído bien. ¡Y habían hablado de perversiones! Se estremeció recordando la sonrisa de Diego; esa expresión con la que parecía entenderlo todo. Esa manera de sonreírle, que en principio le había causado confianza a Gian Lucca, se había ensombrecido hasta tornarse pesadillesca al igual que la figura del doctor Riva Agüero. 

— Puedes contarme lo que sea — dijo Mía abrazándolo con preocupación. Gian Lucca hundió su cabeza en su pecho como lo haría un niño con su madre.

Entre besos y castigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora