34. O.

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— ¡No! ¡¡Por supuesto que no!! De ninguna manera voy a permitir que vayas sola al galpón. ¿Y si no es tu hermana?

Las palabras de Diego taladraron su cabeza al ritmo del eco de sus pasos que se aproximaban al amplio galpón. Pero ya no había vuelta atrás.

La entrada no llevaba ningún tipo de cerrojo. Quien la había citado ya había llegado y probablemente estaba adentro. "Si me hubiese querido hacer daño, ya lo habría hecho" repitió Mía para sí misma intentando tranquilizarse.

Cerró los ojos y pensó en Oriana. Tenía grabada una imagen, en particular, de las muchas de su infancia. Las dos hermanas habían construido un refugio en medio del bosque con toallas, sábanas viejas y decoraciones antiguas que encontraron en el sótano del orfanato. Después, bautizaron su carpa llena de luces navideñas como 'hogar'. Les divertía que cada vez que se referían al 'hogar' todos pensaban que hablaban del orfanato como tal, pero en realidad aludían a su lugar secreto.

Una tarde, llevaron un mazo de cartas para entretenerse con 'nervioso' que era el juego favorito de Oriana. Consistía en mostrar por turnos las cartas del mazo pronunciando los números sucesivamente, de manera que si coincidía el número de la carta con la del mazo, debían poner la mano sobre la carta y la primera en hacerlo ganaba. Oriana disfrutaba de su agilidad y no había persona que la venciera, en cambio, Mía era pésima pero la consolaba saber que su hermana se aburriría pronto de ganar tanto, entonces, aprovechaba el juego para hacerla reír mientras fingía tristeza por ir perdiendo. En una de las rondas, la falsa impaciencia de Mía de poner su mano sobre la carta fue tan grande que en el momento en que quiso llegar a ésta, su mano se enredó entre las luces de la carpa y un segundo más tarde, todo se había desmoronado. Oriana se echó a reír hasta las lágrimas. Mía la recordaba así; con carcajadas melodiosas y vitalidad en sus brillantes ojos oscuros incluso en los momentos de cómica tragedia.

— ¡Destruiste nuestro hogar! — le dijo todavía riendo enredada entre las sábanas.

Mía sentía que esa escena cumplía una función premonitoria a lo que había ocurrido después.

Antes de poner un pie en el galpón, volteó hacia el auto de Diego quien la vigilaba con toda su atención. Se dio cuenta de que tardándose en entrar, también hacía más larga la espera para su novio. "Basta de melancolía. Llegó la hora" pensó conteniendo una bocanada de aire. Y entró.

Por dentro, el galpón se veía completamente distinto a la última vez que estuvo ahí, pues esta tarde estaba lleno de cajas industriales ordenadas simétricamente formando filas que cruzaban el galpón. Mía se adentró con valentía entre ellas a pesar de que por la altura parecían formar un laberinto.

— ¡Feliz cumpleaños, hermanita!

Ni bien estas palabras llegaron a sus oídos, Mía empezó a llorar. La voz no se parecía en nada a la aguda tonalidad de Oriana. "Pero el registro de voz cambia" sabía ella, aunque en su caso no había sucedido ya que Mía mantenía la aguda voz de su niñez. "Feliz cumpleaños" interiorizó ella sin pronunciar palabras. Lo había olvidado pero era cierto; era su cumpleaños. Tenía que tratarse de su hermana.

— ¿Oriana? — murmuró Mía apresurando el paso buscándola por entre los estrechos pasillos que formaban las cajas.

Retumbó en el galpón una risotada irónica cargada de resentimiento que hizo a Mía estremecerse. Avanzó con el corazón en la boca, persiguiendo ese sonido. "¿Es esa la risa de Oriana? Tiene que serlo". Estaba tan cerca de alcanzar lo que había estado buscando desde hacía tanto tiempo que se sentía inmersa en un sueño o en una pesadilla. Todavía no sabía en cuál de las dos estaba metida; debía descifrarlo.

Entre besos y castigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora