14. La videollamada

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Hola! Hoy es domingo :)

Le escribió Mía a Gian Lucca aunque en su teléfono estuviera como: "Nicolás - Vecino". Aprovechó para levantarse de la cama mientras Diego estaba en el piso de abajo con Ariel para mirarse las nalgas en el espejo, cosa que le daba vergüenza hacer cuando su novio estaba presente. Su piel seguía caliente, tenía marquitas rojas pero, en general, había adoptado un color violáceo. Mía se espantó. Necesitaba una pausa de castigos. De todas formas, lo que más le preocupaba de ver a Gian Lucca ese día era su cara pues iba a necesitar bastante maquillaje para que no se notara lo hinchados que estaban sus ojos. "Parezco una papa" pensó acongojada. Su celular sonó.

Mía! Sí!! Hoy!! Te parece bien a las cuatro?

 Sí, perfecto!

Mandó el mensaje sin pensarlo dos veces. Luego, se arrepintió: "¿Qué hora es?" percatándose de que era ya mediodía. "¿Cómo he dormido tanto?" pensó preocupada. Felizmente, aún tenía tiempo de ir a su casa. Tenía que bañarse, ponerse linda, pero sobre todo, planear lo que iba a decirle a Gian Lucca. Tantas cosas ocurrieron en esos días que no había tenido tiempo de pensar el plan tanto como le hubiera gustado. Escuchó a Diego subir.

— Hola amor — sonrió él brillante — Buenos días...

"¡¡Amor!!" se entusiasmó Mía. Nunca le había dicho a nadie 'amor' con Gian Lucca solían decirse 'mi amor'. Le pareció lindo que 'amor' quedara reservado para Diego.

— Buenos días, amor — respondió Mía muy contenta, apagando su celular disimuladamente.

— ¿Y eso? — preguntó Diego señalando el celular de Mía. 

— Es que ya no tengo batería — mintió ella — Tengo que ir a cargarlo a mi casa.

— ¿Seguimos con las mentiras? — arqueó una ceja Diego. Mía maldijo entre dientes. "¿Cómo lo supo?"

— ¿Qué? ¡No! Es que...

— Parece que ya te gustaron los castigos — sus labios se curvaron esbozando una sonrisa sutil. — Tu cargador está enchufado en la mesa de noche.

— La verdad es que... — suspiró: — Casi no paso tiempo en mi casa pero no quería que te sintieras mal por irme así nomás. — Esta vez se aseguró de que su mentira sonara más creíble porque parte de ésta era cierta.

— Mía, ¿qué voy a hacer contigo? — murmuró él proporcionándole un beso en la cabeza — No tienes que inventarte excusas, puedes ser siempre abierta conmigo. Yo no voy a tratar de juzgarte, al contrario, siempre intentaré entenderte...

— ¡Eres el mejor! — sonrió aliviada.

— Pero ahora no te puedes ir. Primero tenemos algo pendiente — dijo él y su rostro se ensombreció.

Mía tragó saliva; esta vez no tenía ni idea de a lo que se refería. Diego la tomó de la mano y la llevó a la cama. El corazón de Mía se aceleró. "¡No! ¡No! ¡No puede ser!" pensó aterrada con un nudo en la garganta al ver que él la ponía boca abajo. Diego cerró la puerta y se sentó al lado suyo.

— Tranquila — la calmó Diego con un aire paternal — no te voy a castigar — anunció mientras le bajaba la pijama.

— No, Diego, me da vergüenza — dijo tapándose la cara.

— Es necesario — declaró con firmeza.

Mía sintió algo muy frío sobre sus nalgas y luego, las manos deliciosas de Diego. Él había sacado del cajón de su mesa de noche una crema que aplicó con mucho cariño sobre la piel de ella.

Entre besos y castigosWhere stories live. Discover now