5. La decisión

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De todo lo que he vivido nunca me imaginé incluir tantos detalles de momentos en donde mi corazón temblaba tanto como mis piernas porque mi historia es mucho más que cumplir las fantasías de mi novio que, ciertamente, despertaban la genuina preocupación de que mis compañeras de departamento sospecharan la verdad acerca de lo que había detrás de los retumbos que cortaban el aire. 

Supongo que otra vez aparecí en primera persona por la excesiva vergüenza que me provoca hablar de esto. Muchas veces he intentado obviar estas partes pero no obtenía más que una historia artificial e incompleta. Aunque el mundo se resiste a tocar estos temas, opté por no traicionarme a mí misma ocultando una parte crucial de mí. Y de todos. ¿O acaso soy la única persona en el mundo que se anima a explorar sus límites? 

Y, la verdad, prefiero una novela real aunque esté fragmentada en dos voces porque a veces me gusta desdoblarme e imaginarme esta historia como si fuera una película de alguien más, en vez de revivir lo que tuve que pasar. Antes que una historia mal escrita que ignora aquello que me me ayudó a encontrarme a mí misma, prefiero tragarme el orgullo y contarles que, como una tonta, comencé a aguantar la respiración cuando iban a caer los azotes como si esto pudiese aminorar el dolor mientras pensaba en lo loca que estaba por haber aceptado estar en esa situación. Trataba de mostrarme fuerte como la mujer que anhelaba ser, en lugar de dejarme llevar por el momento y cuestionarme si lo que estaba viviendo me gustaba. Acallaba mis instintos, al igual que esos gemidos que, de vez en cuando, se me escapaban cuando su mano tocaba mi vulnerable piel. Lo último que quería era escucharme, porque no sabía ni quién era yo, ni tampoco estaba interesada en averiguarlo. 

Por momentos, Diego aumentaba la velocidad y Mía no sabía si eso era bueno porque su castigo duraría menos, o malo porque era más difícil de soportar. Superen mi desdoblamiento y disfruten de la película. Consciente de que no iba ni por la mitad, se tapó la cara con los brazos. Se moría de vergüenza porque Diego nunca la había visto llorar así. Cuando llegaron a la nalgada diez, Mía pensó en decir algo, pero se dio cuenta de que no iba a lograr que su voz sonara suficientemente firme así que se mantuvo callada. Se le hacía tan extraño que Diego no le hablara mientras ejecutaba el castigo. Totalmente diferente a Gian Lucca.

— Maldita sea — murmuró Mía.

— ¿Qué has dicho? — preguntó Diego con un susurro amenazador.

— Perdón — su disculpa fue acompañada de una risita nerviosa que se apagó cuando cayó el siguiente azote de Diego. 

— La próxima vez añadiré extras para que aprendas a tener autocontrol. El silencio está para reflexionar — señaló Diego. Mía asintió con la cabeza y emitió un gritito agudo cuando Diego volvió a tocarla. — Espero que estés pensando en lo que te condujo a esta situación.

"Estoy más concentrada en la incomodidad de esta situación" respondió ella mentalmente. "Nunca más dejaré el baño mojado... No puedo creer que algo tan estúpido pueda traer consecuencias tan dolorosas". Como leyendo su mente Diego añadió:

— El piso mojado es una falta grave, alguien puede resbalarse, puede ocasionar un accidente — indicó él. Mía sintió cómo aumentó la fuerza y soltó un grito ahogado.

— Ya sé, ya aprendí — sollozó ella y otra vez la mano grande de Diego cayó sobre ella. — ¡AY! ¡Por favor! ¡No tan fuerte! 

Diego parecía no inmutarse con sus súplicas. "Mujer madura, mujer madura" intentó concentrarse ella pero no podía evitar soltar aullidos. "Estúpido piso del baño, estúpido, estúpido..." maldijo en su mente. Nunca un castigo la había hecho reflexionar tanto y eso que Diego sólo estaba utilizando su mano. De pronto, cayeron cuatro nalgadas seguidas y a toda velocidad. Justo cuando pensó en decir la palabra de seguridad, Diego se detuvo y le acarició las adoloridas nalgas. Mía se preguntó si había terminado efectivamente el castigo y se lamentó no haber estado contando. Se secó las lágrimas y trató de tragar grandes bocanadas de aire para tranquilizarse.

Entre besos y castigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora