36. La traición

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La lluvia bañaba las calles de Nueva Zelanda. El sonido de la maleta arrastrada por la vereda empedrada armonizaba con las bocinas de los carros que continuaban activándose por la fuerte lluvia de esa noche. Mía había pasado por la bahía de Wellington inmiscuyéndose en estrechas callejuelas y ahora, se introducía por unas calles más bien amplias. Apenas estaba prestando atención al camino, pues su mente estaba reviviendo la discusión que tuvo con Diego:

— ¡Pero si no hicimos nada! Fue sólo un castigo — se excusaba él; una y otra vez el mismo argumento.

— ¡Pero es algo sexual! ¡Tú me enseñaste eso! ¡Y lo peor es que me lo ibas a ocultar aparentemente! ¿Por qué si pensabas que no era nada malo? — inquirió ella sabiendo muy en el fondo que nada de lo que podía decir Diego la haría cambiar de opinión.

— ¡Sabía que no estabas preparada para entenderlo! Surgió de un momento a otro y Melody necesitaba saber que era normal sentirse así. ¡Tiene dieciocho años! — expuso irritado. — Era mejor que lo experimentara conmigo a que termine perdida en la industria del...

— ¡Ya te dije que no quiero saber! Me importa un pepino la situación de esa chica. ¡No me hables de ella!

— Es que necesito que sepas por qué lo hice. Ella fue una excepción. Nunca antes había hecho algo así. A mí estas cosas no me nacen con nadie que no seas tú. No hay nadie que me provoque lo que tú. ¡Sólo quiero estar contigo! — confesó Diego luchando consigo mismo para permitirse mostrarle a Mía su afecto, a pesar de que en aquel momento estaba realmente exacerbado por el egocentrismo de su novia: "¿Cómo puede ser tan indiferente a la situación de los demás?"

— ¿Y cómo controlas lo que ella siente por ti?

— ¿Cómo? — preguntó desconcertado; no esperaba esa reacción.

— ¿Sabe ella que tienes novia? ¡Además ese no es el punto! — saltó Mía roja de ira. — ¡Podías perder tu trabajo! ¿Tanto te importa esa chica como para poner en riesgo nuestra estabilidad, incluyendo la de Ariel?

— Tienes razón. No estaba pensando claramente, podríamos haber elegido otro lugar, pero ya me confirmaste que consultarlo contigo hubiera simplemente adelantado esta conversación — bufó Diego tratando de mantener la calma.

— ¡Es que eso es lo que más me molesta! — exclamó apresando un cojín y estrujándolo con todas sus fuerzas. — ¡Ni si quiera consideras por un instante que estuviste mal! ¡Para ti siempre son los demás los que tienen la culpa! ¡¿Te encuentro haciendo cosas sexuales con una adolescente pero soy yo la que está mal?! ¿No has pensado en cómo me puedo sentir?

— Mía, lo último que quería era hacerte daño.

— ¡Pues fue exactamente lo que hiciste! — bramó llorando de la rabia.

Se produjo un silencio incómodo en el que Diego quiso abrazarla pero Mía se apartó; después de lo que había visto le desagradaba que la tocara. Él suspiró y se pasó una mano por el rostro antes de anunciar su conclusión:

— Necesito que abras un poco tu mente y que dejes de ser tan ridículamente celosa.

— ¡Se acabó! — anunció Mía soltando una amarga carcajada y secándose las lágrimas — ¡Esta es la gota que colmó el vaso! No puedo creer que ENCIMA crees que has hecho bien y que toda esta pelea es mi culpa. ¡En serio se acabó! No pienso pasar esta noche aquí... ¡Ni ninguna más!

Mía sacó una maleta de debajo de la cama y empezó a empacar su ropa sin escuchar las palabras de Diego que ni bien salían de su boca perdían por completo su significado y se perdían en el abismo del sinsentido. Recordó su clase de lingüística sobre la teoría de Sassure acerca de cómo las palabras, finalmente, eran letras; símbolos que podían disociarse de su significado, volviéndose vacías. A estos símbolos o denominadores se los llama 'significantes'. "¡Qué ironía!" pensó ella: "Significantes insignificantes".

Entre besos y castigosWhere stories live. Discover now