Capítulo 2.

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Danna.

—Pequeña, —un susurro agonizante comenzó a retumbar en mis oídos y mi piel reaccionó al instante— te deseo, pequeña —en presencia de la indeseada y nauseabunda cercanía de la misma voz jadeante de la asquerosa figura humana que hoy en día protagoniza la historia terrorífica que se esconde detrás de mi dolor y mis más vividos traumas.

Mi cuerpo se tensa como si reconociera y reviviera con dolor cada una de las hondas sonoras que cobraban vida al salir de las cuerdas bucales del sujeto, no es para menos, en mi mente ya se veían diapositivas de diversas posibles escenas que me descompensaban y con todo esfuerzo, consigo fuerzas sobrehumanas, que a ser sincera conmigo misma, no se de donde las saco y echo a correr con aún más velocidad de la que sabría describir. Me creía en ese momento la versión femenina y renovada de Usain Bolt, sin embargo, él hubiera tenido que respetarme y rendirme honores porque en toda su carrera no ha logrado correr tanto como lo había hecho yo sintiendo tanta adrenalina y peligro empaparme de tal manera.

Esta vez, para mí sorpresa, mis piernas si responden, como si mi cerebro le enviará una señal a mi cuerpo entero y lo hiciera despertar al instante; era necesario, muy necesario. Era como si le transmitiera el miedo, como si se contagiara al igual que la rabia, mi espina dorsal se electrifica cuando recuerdo que me encuentro en paños menores y siento mi tez pálida aún más helada de lo que aparenta ser; el frío está atrofiando mis músculos y pierdo más fuerzas que energía.

El frío lúgubre que arropaba el famoso Bosque de Pino del Valle merideño aumenta al caer en cuenta de que estoy escapando de un asesino. Mi piel se pone de gallina tras ese pensamiento.

No se trataba de cualquier asesino que haya matado a alguien para defenderse o salvarle o salvarle la vida a un ser querido que había sido oprimido por la posible nueva víctima y yo no había hecho absolutamente nada como para que alguien se empeñara de esa forma conmigo, se trata de un sádico que disfruta del espesor de cada gota de sangre que pierden los cuerpos inertes de sus víctimas; y no solo era eso, era un pederasta que se obsesionó conmigo.

Corro y corro, aún cuando siento que mis piernas se desvanecen y sigo corriendo cuando dejo de sentirlas, voy perdiendo la noción del tiempo y me hago la idea de que han pasado más de dos horas desde que comencé a adentrarme en esta zona prohibida. Más prohibida que la cabaña con olor a lavanda y con vibra de ancianos sangrientos que ocultan su verdadero rostro detrás de un mantel de arrugas que mantiene su cuerpo en una sola pieza, ya me estoy ubicando un poco; todos en el pueblo tenemos prohibido pisar estas tierras, tal vez sea por miedo a lo desconocido, los seres humanos muy poco nos atrevemos a ir por un camino que no sabremos a dónde nos llevará. Pero no sé más de ahí, no es mucho lo que cuentan. A veces pienso que solo es un mito que utilizan los mayores para asustarnos y alejarnos de esos lugares o simplemente para tener poder sobre nosotros. Pero, Soy Danniela Spurgeon y nadie tiene poder sobre mi, por el contrario, las ganas contraídas de tener todo en mis manos me han traído hasta aquí, a punto de encontrarme con la muerte y escupirle la cara, pero no puede llevarme porque la estoy retando; estoy jugando con aquella fuerza maligna que lleva toda una vida caminando detrás de mi, esperando tener cualquier oportunidad para robarme hasta el último atisbo de aliento, hasta el último fragmento de energía impregnada en mi anatomía.

La imagen de mis padres ensangrentados se vuelve a colar de manera veloz en mi mente y palidezco, caigo al suelo casi desmayada después de que ese recuerdo se interpusiera a retazos en mi memoria, amenazando con romper mis hilos más internos, los más fuertes, los más escondidos. No soy completamente consiente de que estaba huyendo, colapso y comienzo a llorar y temblar con fuerzas desmedidas, buscando un hueco en el suelo que me lleve a dónde están ellos, pero en el charco de mis lágrimas no lo consigo. Y me empeño, si. Me empeño en quererme ahogar entre las gotas sublimes de agua salada que destilan de las cuencas de mis ojos, y le rogué al cielo que de una vez por todas me tomara, que me llevara a un sitio donde ya no sufriera ni sintiera; donde mis dolores se desvanecieran entre la fuerza comprimida del universo. Pero no pasó.

Heredera del respeto. © [+21]Where stories live. Discover now