Capítulo 1.

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Danna.

—Hija —palidezco de golpe—, tu pudiste salvarnos de esto... —a duras penas, a la lejanía escucho gritos turbios de dolor y sollozos casi imperceptibles que se perdían en la sagaz corriente del viento abrazador que amenazaba con llevarse todo aquello que tuviera a su paso.

Aún en mi estado de perplejidad, casi que al instante, reconozco la suave, demandante e imponente voz de la mujer que me trajo a este mundo de dolor y sufrimiento con la supuesta intención de que fuera feliz; quiero seguirla recordando así, soñadora y empática, al mismo tiempo regia e indoblegable, con un montón de virtudes inigualables que me hacían querer tocar el cielo para recordarla más de cerca, más viva, menos efímera.

Fue como un deja vu tan real y tan vívido que casi podía sentir el miedo que inspiraba y la desesperación alojada detrás de cada hilo de voz titubeante que articulaba, como si fueran mis sentidos capaces de hacerme sentir de una manera que parecía muy real, los motivos de los quejidos de Ester, mi madre; casi podía alucinar la sangre corriendo por mi frente y las sensaciones de dolor invadiendo cada sector de mi cuerpo. Pero no era yo, era ella, aunque me hubiese gustado estar yo en su lugar, cargar esa cruz.

Aunque se escuchase turbia y distorsionada, aunque los alaridos de su voz jalada se pierda un poco entre el aire, se escucha como ahogada y jadeante, las ondas sonoras de su voz chocan contra las superficies que la rodean y se oye un eco lejano y turbio que me aturde a un ritmo indescifrable que amenazaba con sacar mi alma de su cuerpo y echar a correr, sabía yo que era mi madre, sería capaz yo de identificar esa suave voz que contrastaba tanto a su temperamento, ¿Cómo la olvidaría? ¿Cómo olvidaría el recuerdo de su melodiosa voz cantando una canción para mí o leyendo una historia cuando no podía dormir? Y era un martirio, después de todo, no sabía yo si esto era un tormento o una hermosa e imborrable memoria de Ester.

Aunque sentía la adrenalina brotar de mis poros, mis piernas parecían no tener la voluntad y la fuerza suficiente como para hacerlo, yo solo yacía en un estado nato de estupefacción, estada parada en el lugar sin reacción alguna, con un gesto neutro e indescifrable en mi rostro color papel; al instante me sentí perseguida y atrapada dentro de un mar interno y sombrío, me sentí culpable por dejar que la situación me abrumara y se llevara consigo los pequeños intervalos de cordura que aún conservaba, que me desesperara y me hiciera temblar; mis sentidos se aguzaban aún más en situaciones de peligro, tal y como esta, como si me inyectaran una dosis de adrenalina, pero mis piernas no estaban dispuestas a responder a los estímulos enviados por mi cerebro. Dolían, ¡Y si que lo hacían con intensidad! Temblaban y eso era un punto en mi contra, cualquier golpe, por muy flácido que fuera, me haría perder el equilibrio sin problemas, yo nunca he estado preparada para perder nada; sin embargo, la vida y el tiempo no esperan, y me lo han quitado todo.

El equilibrio no era mucho, pero para una persona que no tenía nada, cualquier cosa tenía un valor, un costo y significaba algo. Tenía de alejar mis emociones si quería salir ilesa de esta situación, o al menos viva y con pocos huesos rotos; no podía presentarme débil ante nada, si mi sombra flaqueara yo me mantendría firme para hacer que ella se levante sola.

Así soy, imponente, fuerte, aunque puedo caer como cualquier otro ser humano, mi familia me enseñó a ameritar respeto, a ser firme donde me parara y pisar fuerte en todos los caminos que se me presentaran al frente. Yo tenía que dejar mi huella, y el mundo tendría que respetarme.

Hice todos los esfuerzos posibles en enfocar mi vista, pero era poco lo que la negrura me permitía distinguir, que combinándose con el miedo, hacía que mi corazón golpeara fuerte mi pecho y se alborotara sin esperar demasiado mi reacción desesperada y precipitada.

Una sensación de miedo y terror existencial se apresuró a invadir mi cuerpo, adueñándose de cada átomo de mi ser, dejándome congelada en el lugar en el que me encontraba parada; estaba rodeada un aura negra, fría y oscura, aunque no quisiera admitirlo, me sentía sumamente pequeña, mi cuerpo frío es escuálido, vulnerable.

Heredera del respeto. © [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora