Capítulo 3.

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Danna.

—Alicia, seré bastante breve, objetiva y muy poco específica, —aunque me inspiraba confianza, no me sentí preparada para detallar cada lujo del brillo nostálgico que se acumulaba en las lágrimas que hubiera soltado si me hubiera preparado a hablar de más. Aunque fuera necesario, habían muchos recuerdos encerrados en el fondo más oscuro del cajón que reguardaba mis más fúnebres memorias; la idea era mantenerme fuerte, había pasado mucho tiempo siendo vulnerable que ya no estaba dispuesta a perder un segundo más en recordar el ardor que se aloja en mi pecho con cada imagen desgarradora que sale de la gaveta— pero quiero que tengas un vago conocimiento de lo que me ha sucedido...

Titubeé, aunque no me sintiera dispuesta a dar ningún paso en falso, soy humana y aquí lo demostraba; lo demostraba con mis errores y mis nervios, con mis sensaciones abiertas cuando el corazón me tiembla dentro del pecho, lo demostraba sintiendo, con pasión y con dolor, con lágrimas y sonrisas. Cayéndome y preparándome para levantarme sola y caminar; tomar la piedra con la que tropecé y guardarla en mi bolsillo para cuando necesite matar a un gigante. Soy la escogida, soy la David para este Goliat y lo sé porque lo siento, lo sé porque me han subestimado, lo que porque soy la chica que nadie piensa, soy la pastora de ovejas, soy la pintora que se esconde en su habitación a calmar la tristeza con acuarelas sobre un lienzo de papiro.

Sentí la mirada fugaz y tierna de Alicia posarse sobre mi y mi alma trataba de brincar los charcos de llanto que había dejado esta tormenta dolorosa.

—Te lo diré de la forma más resumida posible —hice una pausa concentrando mi vista en sus ojos claros; me tranquilizó, su miel endulzó mi semblante, era capaz de ignorar el resto de mi campo visual con la intención de sentir una vaga chispa de empatía sobrenatural y entenderla sin conocer lo que ha pasado y lo difícil que había sido su vida con anterioridad, quería estar completamente segura de que me estaba prestando la atención que ameritaba el momento, no podía darme el lujo de soltar información importante y que una pared escuchara más de lo necesario; eso solo podía significar dos cosas: cárcel o una bala atravesando mi cráneo sin nada de sutileza, acabando con mi miserable vida de huérfana. Era lo que menos quería en este momento; si antes quise morir por haber perdido la ilusión, hoy quiero vivir con la convicción de recuperar un atisbo de esperanza que mantenga mi alma viva, despierta y llameante. Sin embargo, no quería sonar egoísta ni que pareciera que me estaba victimizando; quise saber como decir las cosas sin que fuesen malinterpretadas, quise leer su mente, por muy imposible que esto resultara, quise apoderarme de sus pensamientos. Había algo en sus ojos que sobrepasaba todo aquello que se podía decir con miradas; la obligaron a mantenerse callada por tanto tiempo que aprendió a hablar con el silencio, aprendió a gritar como si estuviera encerrada en un cuarto oscuro y nadie la escuchara—. Presta mucha atención, no quiero que te pierdas de ningún detalle porque todo es importante.

Y lo era, si iba a resumir todo lo ocurrido, tenía que ser objetiva y explícita.

Me sentía una mentalista, una mujer con una capacidad psicológica más grande de la que sabía; pero no era así, yo solo observaba, leía los ojos, los gestos y me regocijaba en el lenguaje de las miradas y de las palabras reprimidas en el ambiente y la tensión de la energía impregnada en el tiempo.

—Está bien, señorita Spurgeon, te escucho. Pero te adelanto que no soy muy inteligente. —Dijo Alicia como si necesitara de una explicación tan detallada para captar lo que quería decirle, como si sufriera una deficiencia mental que no le permitiera entender las cosas al instante. Y no era así, Alicia necesitaba un ejemplo de vida que le enseñara que ella era capaz de tocar la libertad que no se permitía encontrar.

La miré a sus ojos y lo supe casi al instante, como si su mirada lo dijera por si sola.

Alicia no era bruta, Alicia no era fea, todo lo contrario, tenía una figura envidiable; su madre poseía una genética de diosa y ella no era capaz de verlo desde su burbuja de dolor y sufrimiento. Cualquier hombre que tuviera su atención era capaz de encontrar un paraíso dentro de su cuerpo y de sus ojos; pero primero tenía que encontrarlo ella, o se terminaría quemando en un infierno ajeno. Tal vez nunca nadie le puso un espejo al frente que la hiciera sentir la mujer más hermosa, pero se trataba solo de un cobarde más; un cobarde inteligente y estratega, un cobarde egoísta que se acostumbró a vivir teniendo todo su merced, tomándolo por la fuerza, un cobarde que sabía que era un peligro que una mujer fuera conciente de lo que era capaz. No podía arriesgarse no tener algo bajo su control. Alicia necesitaba eso, aprender a tomar el control de las situaciones y el rumbo de su propia vida.

Heredera del respeto. © [+21]Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon