Capítulo 4.

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Danna.

En ese momento, traté de leer sus ojos y por mucho que me esforcé en descifrar el misterio que esta vez ocultaba su dulce mirada, no lo logré; estaba en un estado de estupefacción con el que no supe lidiar. Y me desesperaba.

Honestamente, me hacía tocar el borde de la locura, el gesto de su rostro inexpresivo amenazaba por llevarse mi cordura y consigo, mi paciencia.

Me desesperaba no saber algo, no poder leerla, no saber que sentía o pensaba de mi; y tal vez suene egocéntrica al sentir que debo saber y conocer todo lo que esté a mi al rededor para sentirme completa. Me martirizaba en silencio la expresión fría y vacía que reflejaba su rostro, me dolía entender lo que significaba el hecho de que sus pupilas se encontraran perdidas en un punto muerto.

Ella no estaba viendo nada en específico. Se mostraba en blanco, como si de a momento, ya no fuera la misma Alicia, la verdadera. Como si una parte de ella misma que se acostumbraba a mantenerse oculta tras las sombras, al fin salía a relucir.

Ella estaba entendiéndome, o eso creía yo hasta el momento. Supongo que sintió lástima por mi, o su corazón se arrugó tanto que no supo que decir. Supongo que se puso en mi lugar y empatizó con mi sufrimiento.

Pero eso no lo sé, solo supongo. Supongo que no sé nada, supongo que soy nueva en las mentes de las personas que también han sido víctimas de sistemas que no escogieron. Supongo que no soy la única que ha sufrido y tengo que aprender de la espera, aunque eso me martirice.

—Bueno, Beltran también es narco —dijo con algo de nostalgia impregnada en su voz y con algo de duda destilando de sus palabras—. Y solo pienso que si eres dueña de un cartel... —¿Dueña de un cartel?

Me he mantenido lo suficientemente lejos de ese negocio como para considerarme dueña, pero de a sobras sé que mis manos no están del todo limpias y que por mis venas corre sangre de un apellido respetado.

—Espera, Alicia. —me tomé la atribución de interrumpirla de manera brusca y con la voz en un tono bastante elevado— yo no soy dueña de un cártel —aclaré—. Yo no tengo nada que ver con esos negocios, si me entrenaron desde pequeña, un poco. Pero tengo traumas desde la muerte de mis padres y son fantasmas difíciles de vencer.

No pude evitar sentir nostalgia ante el recuerdo, y me detuve un momento. Ambas permanecimos sumidas en un aura de silencio por unos segundos y nuevamente, fui yo la primera en interrumpir los gritos de tensión del viento vacío y distante.

—Entonces, ¿Quien lidera el cartel? —preguntó Alicia, extrañada, con un aire de desconcierto inundando con voracidad cada fracción de su rostro. Como si en el fondo quisiese que yo formara parte de esto. Como si se sintiera protegida por mi presencia.

Mis sentimientos, allá adentro, también querían que yo liderara con mi hermano; pero él me había cuidado por tanto tiempo y me había mantenido tan lejos de esto, que era imposible siquiera que considerara la idea. Él no hacía nada para encontrar al desgraciado que nos condenó la vida al dolor y al puñal de tener en el hombro el peso de una perdida, aún teniendo todo a su disposición y poder hacerlo comer mierda mañana mismo. Por eso trato de mover alguna que otra pieza por mi cuenta.

—Jayden, mi hermano. Que fácilmente podría decirte que es mi héroe, él me ha salvado de mi misma —dejé de mirarla a los ojos y bajé mi cabeza. Comenzaba a abrirme, a sentirme vulnerable. Estaba desnudando mi dolor al frente de Alicia. Aunque no lo dijera, ella y yo ya nos entendíamos, empleábamos un lenguaje que solo conocían las almas que se sujetaban a los corazones absortos.

«Y del asesino» dije para mis adentros.

—Tu hermano es tan sexy... —dijo Alicia volcando los ojos y mordiéndose ligeramente el labio inferior.

Heredera del respeto. © [+21]Where stories live. Discover now