—¿A eso le llamas grand battement? —gritó Gwendolyn Daniels, la profesora de baile que me habían puesto en palacio, pese a mis quejas.
Había pasado una semana desde las recepciones. Todas tuvimos la gran suerte de que en el Report del viernes apenas las mencionaran. Al parecer, nos evitaron la humillación de afrontar las críticas con respecto a las recepciones, cosa que agradecí inmensamente. Las visitas se mencionaron de pasada; no se informó al público de gran cosa.
Sin embargo, la mañana siguiente al Report la reina y Lisa vinieron a evaluar nuestro trabajo.
—La tarea que os asignamos era muy importante y podría haber sido un grandioso desastre. No obstante, me alegra poder deciros que ambas parejas lo hicieron extraordinariamente —anunció Lisa, muy satisfecha con nuestro trabajo.
Todas suspiramos, aliviadas. Andrea y yo nos miramos con una sonrisa de satisfacción en los labios.
—Si tengo que ser honesta, una recepción fue mejor que la otra, pero todas deberíais estar orgullosas de vuestros logros. Hemos recibido cartas de agradecimiento de la realeza italiana por la atención recibida —señaló Lisa, mirando a Elizabeth y a Evelyn—. Desde luego, nuestros amigos, los italianos, quedaron muy impresionados y satisfechos.
<<En cuanto a vosotras dos —prosiguió Lisa, mirándonos a Andrea y a mí—, las visitantes francesas disfrutaron muchísimo de la velada. Quedaron impresionadas con la decoración y con la comida. Además, el simple hecho de que os molestarais en hablar con ellas en francés les agradó enormemente. Así que… ¡bravo! No me sorprendería que Illéa consiguiera aliarse con Francia gracias a vuestra recepción. >>
Andrea soltó un gritito, eufórica; y a mí se me escapó una risita nerviosa al ver que todo había terminado y que, además, habíamos ganado.
Lisa pasó el resto de la mañana hablando sin parar, diciéndonos que escribiría un informe oficial para el rey y para Eric, pero nos dijo que no nos debíamos preocupar, que ambas recepciones habían sido magníficas.
El resto de la semana se pasó volando. Dediqué muchas horas a bailar; los internacionales serían en cuatro meses y medio (a finales de mayo) y no podía dormirme en los laureles. También pasé mucho tiempo en la Sala de las Mujeres y con Eric. Cada día que pasaba estaba más segura de que lo que sentía por él era amor en su estado más puro.
Apenas vi a Marlee y a Carter, mis padres. Supuse que sería para darme más espacio; quizá me estaban dando tiempo para asimilar el hecho de que yo era su hija perdida.
Hacía dos día, Eric vino a mi habitación para ofrecerme una sala de la planta baja para que esta me sirviese para ensayar. Además, insistió tanto en que tuviese una profesora de baile aquí, en palacio, que tuve que aceptar a regañadientes.
Así que aquí me encontraba hoy, en una de las numerosas salas de la planta baja, ataviada con unos pantalones cortos azul celeste, un top verde con un mensaje en tonos celestes y unas punteras, ensayando como si no hubiera mañana.
—¡Vamos, Madison! —me gritó de nuevo, haciendo que volviera de nuevo a la realidad.
Volví a ejecutar el grand battement. Levanté la pierna izquierda, paralela al suelo, sujetándola con mi mano izquierda, para después soltarla e inclinar mi cuerpo hacia delante.
—Eso ya es otra cosa —me felicitó la señorita Daniels, como me hacía llamarla. Esperó hasta que me coloqué en la posición inicial para decir—: Ahora quiero que hagas un cabrile.
Hice lo que me pidió. Batí mis piernas extendidas en el aire. No obstante, la señorita Daniels no pareció muy contenta, porque dijo:
—Lo has hecho mal. No se hace así. —Me imitó—. El aterrizaje es mucho más delicado, no como lo has hecho tú, que parecía que estabas pisando uvas.