Capítulo 11

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   La mañana después de mi cita con Eric la pasamos en los jardines. Jade, Laura, Georgina, Andrea y yo nos sentamos en uno de los bancos. Al principio, no tenía trato con Andrea; pero, tras el incidente de las fotos, empezó a hablarme. Andrea era una chica encantadora. Era agradable y divertida, y algo alocada. Por eso nos caía tan bien.

   Hacía un día espléndido. Los días en esa época del año no eran ni muy calurosos ni muy fríos. Como hacía bastante sol, habían colocado unos toldos para protegernos de él.

   Los reyes y el príncipe Eric se habían colocado en uno de ellos. Debían estar bastantes ocupados, ya que todos tenían papeles. La reina parecía ocupada con algún preparativo, el rey parecía examinar algo con detenimiento mientras Eric observaba con atención. En el otro extremo del jardín, en el parque, estaban los príncipes Dylan, Mateo y Nayra. Los dos primeros parecían estar cinchando a su hermana, quien intentaba jugar con una de sus muñecas. Nayra me recordaba a Luna debido a que ambas tenían la misma edad y eran muy cuquis.

   —Son una monada, ¿verdad? —dijo Andrea mirando a los niños.

   —Sí, lo son. Pero como todo niño de su edad —dijo Laura.

   —Me los como —musité. Y era cierto. Los niños a esa edad eran una monada, esperaba que nunca crecieran.

   —Bueno, Maddie, cuéntanos qué tal te fue en la cita con Eric —dijo Jade, cambiando de tema.

   Me la quedé mirando, con los ojos muy abiertos por la sorpresa.

   —¿Cómo lo sabes? —le dije, en cuanto recuperé el habla.

   —Ayer os vi cuando volvíais a tu habitación —dijo Jade encogiéndose de hombros—. Ahora desembucha. ¿Qué tal fue?

   Les conté todo, con pelos y señales. Ella se mostraron contentas e ilusionadas. Yo estado en su lugar, también me alegraría. De momento estaba allí, en palacio, pero mi plan no era seducirle con artimañas; lo que haría sería ser yo misma. Y si le gustaba, pues bien; y si no le gustaba, pues bien también.

   —¿Fuisteis al parque? —preguntaron todas al unísono.

   Asentí con la cabeza, con una sonrisa en el rostro.

   —¡Fue alucinante! Nunca creí que haría esto en el palacio —dije, riéndome.

   Seguimos hablando. Poco a poco la conversación se tornó más íntima: empezamos a hablar de nuestras familias. A mí me daba vergüenza admitir que era huérfana, no sabía cómo me tratarían después de decirlo. La experiencia me había enseñado que la gente odia a los huérfanos, nos aborrecen. No quieren saber nada de nosotros. Para ellos somos inferiores.

   —…Tengo una hermana menor, de quince años —estaba diciendo Laura. Yo estaba atendiendo a medias. Contra menos me preguntaran, mejor.

   —¿Y, Maddie? ¿Cómo es tu familia? —me preguntó Jade con los ojos iluminados por la ilusión.

   Me entristecí. No sabía cómo contárselo, pero sabía que debía ser sincera. Así que, con un hilillo de voz, balbuceé:

   —Yo… La verdad… Yo…

   —¿Tú qué, Maddie? —insistieron—. Puedes contarnos lo que sea. Confía en nosotras.

   Y parecían sinceras. Me armé de valor y dije con un hilo de voz:

   —Yo no tengo padres. Soy huérfana.

   Esperé a ver su reacción. La mayoría reaccionaban mal cuando se enteraban y, si soy sincera, esperaba que ellas reaccionaran así. Pero, para mi sorpresa, Jade dijo:

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