Capítulo 6

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   Era viernes, lo que significaba que era el día que tendría que viajar al palacio.

   Anoche había preparado la mochila que llevaría, en cuyo interior había metido mis pertenencias más preciadas: unas cuantas fotografías (en las que salíamos todos), algún que otro libro, una muda, y un conjunto que utilizaba para bailar  (que consistía en un pantalón azul corto, una camiseta de tirantes también azul y unas punteras).

  Ahora, me estaba preparando para el viaje. Me puse la ropa que me habían dado (unos pantalones negros y una blusa blanca) y unas deportivas. Mientras me recogía el pelo en una trenza, Lea se aseguraba de que no me dejaba nada.

   -...Y acuérdate de escribirnos siempre -estaba diciendo ella, con voz apenada-. No te olvides de nosotros.

   Me la quedé mirando, asombrada.

   -¿Cómo voy a olvidarme de mis orígenes, de mis hermanos? ¿Cómo olvidarme de ti, mi alocada amiga y hermana? Que vaya a estar en la Selección no significa que vaya a cambiar.

   Antes de salir de la habitación, me abrazó con fuerza. Cuando me soltó, sacó un sobre. Fruncí el ceño, confundida. Al ver mi expresión me lo explicó:

   -Es una carta de Hannah. Me la dio nuestra amiga Sarah hace dos días. Me dijo que te la diera antes de tu partida. Ábrela cuando estés sobrevolando el país, es lo que me ha dicho ella. En ella te explica la rutina que deberás seguir durante estas dos últimas semanas antes de los nacionales.

   Asentí, mientras guardaba la carta en mi mochila.

   De repente, alguien golpeó la puerta, sobresaltándonos. Al abrirse vi que era Álvaro.

   -Ya es hora de marcharnos a la plaza.

   Debíamos ir a la plaza principal de Dakota para asistir a la despedida que me harían los de mi provincia, una pequeña ceremonia, supuse.

.   .   .

   Estaba asustada, nerviosa, aterrorizada. Estaba delante de casi toda mi provincia. La gente gritaba. Muchos eran de admiración, pero desde mi posición, en lo alto de un pequeño escenario, pude ver algunas caras de fastidio. Supuse que se preguntarían por qué yo iba y no su adorada hijita.

   El alcalde de Dakota estaba soltando un discurso de despedida, que, si soy sincera, no escuché. Me dediqué a dejar vagar la mirada por los innumerables rostros desconocidos.

   Echaría de menos a mis hermanos, a todos ellos. Echaría de menos las discusiones y las peleas; pero también las risas compartidas, la alegría, la emoción. Esperaba poder verles en los nacionales.

   Por fin el alcalde dio por finalizado su interminable y aburrido discurso, y llegó la hora de despedirse. Primero me despedí de los más pequeños: Fran, Amber, Luna y Rebeca. Los abracé con fuerza, susurrándoles cosas tranquilizadoras. Y después me despedí del resto, uno a uno, hasta llegar a Lea, quien lloraba como una magdalena.

   -Lea, no llores. Por favor. -Mi voz sonaba ahogada. Intentaba reprimir el llanto, pues los echaría mucho de menos.

   -No puedo evitarlo. Te voy a echar mucho de menos.

   Me acerqué a ella y la abracé, con lágrimas en los ojos. De todas las personas a las que conocía, ella sería a la que más añoraría.
   Lea y yo prácticamente habíamos crecido juntas. Si bien ella era tres meses mayor que yo, yo había llegado primero al hogar, siendo una recién nacida. Unas dos semanas después, según nos habían dicho Kara y Álvaro, llegó ella con tres meses. Así que ambas hacíamos todo juntas desde pequeñas.

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