Capítulo 28

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Maratón: parte III de III


La situación se controló después de que los guardias llegaron y arrastraron a Valerie a la salida y apenas nos vimos libres de ella, William me liberó del resguardo que sus brazos me brindaron.

Le preocupaba  mi aspecto que de seguro se tenía que ver fatal, pero no tuve tiempo de preocuparte de eso, porque un agudo dolor se posó en el costado izquierdo de mi nariz. Lo toqué con delicadeza y casi con temor 

--¡Ay!-- 

--Por el amor Dios, cariño, no te toques nada ¿okay?-- su preocupación era latente y sobó mi cabello con cuidado-- Deja que te cure.

Bajamos por el ascensor privado que daba justo al estacionamiento subterráneo. William, con cada segundo que pasaba a junto a mí, y mi penosa situación, se iba enojada otro tanto y como si la vida no pudiera hacerme las cosas más fáciles, apenas tocamos el suelo del parking una corriente de aire me heló la sangre, provocando que mi menudo cuerpo comenzara a temblar más de la cuenta.

Obviamente, a mi amorcito, al que no le pasa nada desapercibido, se quitó su impecable chaqueta y la puso sobre mis hombros cubriéndome del frío.  El calor y su perfume hicieron que me calmara casi instantáneamente así que cuando entramos al lujoso carro ya me encontraba bastante bien

William abrió la puerta del descapotable y como si de un bebé se tratara, me cargó con delicadeza y me acomodó en el asiento de copiloto.  Mi jefe, literalmente, corrió frente el auto y subió como un rayo a mi lado. Me miró con angustia y acomodó un mechón de mi cabello desastroso. Como pude le dedique una sonrisilla conciliadora, pero obtuve todo el efecto contrario al que esperaba: Una silenciosa lágrima recorrió la mejilla de William y susurró un penoso «lo siento» que me partió el alma.

--No es tu culpa-- aseguro con pesar--No es tu culpa. Por favor, cariño, no te culpes-- incluso yo comienzo a llorar --Pase lo que pase, William Galloway, no es tu culpa--

Él solo sonríe para intentar calmarme, mas sé que no se consuela. 

Con mi mano quito las lágrimas que adornan su bello rostro y le beso la nariz como él lo ha hecho otras tantas veces. 

--No es tu culpa-- repito con más rudeza, haciéndolo sonreír con más ganas y termina por besar mi frente y poner el auto en marcha.

--¿Dónde vamos?-- pregunto cuando el ambiente ya está menos cargado de angustias

--A mi casa-- él me mira de soslayo para ver cómo reacciono-- tengo que curar a mi chica y de paso podemos pasar un rato a solas--

--Aaah-- suelto liguera y con humor-- ya sabia yo que habían dobles intenciones en tu actuar casanova--

William comienza a carcajearse y finalmente mi corazón se tranquiliza. 

El resto del camino es relajado y tras unos 20 minutos de viaje llegamos a una casa... bueno, no, casa no. Llegamos a una mansión que no le envidia nada al palacio de Buckingham. Desde fuera luce bastante intimidante. Es de un blanco resplandeciente por fuera y luce cada piso del lugar, sin exagerar, su humilde casa posee 3 pisos y cada uno más grande que el priemero.

Con un control, mi jefe abre las rejas doradas que custodian el lugar y atravesamos el trecho que queda entre la entrada y la puerta del lugar. Apenas entramos quedo deslumbrada: todo es hermoso aquí, es amplio y entra una gran cantidad de luz natural por los ventanales de cristal. Los colores predominantes son el verde oscuro y el gris que contrastan a la perfección con los accesorios y candelabros negros. 

La Admiradora Del JefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora