Dos años después

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Se suponían que estas eran unas vacaciones en la cabaña, pero la lluvia no dejaba de caer, el techo no paraba de gotear y tanto Jordan como yo íbamos de un lado a otro dejando cacerolas en el suelo y esquivando charcos.

Solté un estornudo.

Estuvo lloviendo toda la semana, así que cuando el cielo se despejó sólo por unos minutos decidimos, en un acto de inconciencia, salir para jugar con la pelota. Sucedió lo que debía suceder y en menos de veinte minutos acabamos llenos de lodo.

Entonces comenzó otra tormenta y nos vimos obligados a regresar a nuestra cabaña. Estábamos sucios, mojados y cansados. Pero no podíamos cambiarnos hasta que descubriéramos todas las goteras.

—Mira, en ese rincón sigue cayendo agua. —Jordan señaló a mi izquierda.

La camiseta y el cabello se le pegaban al cuerpo y el rostro mientras examinaba con los ojos entrecerrados al techo. Incluso así, medio abatido, se veía mucho más digno y guapo que yo.

Mentira. Nadie era más guapo que yo.

Suspiré y reuní toda la fuerza de voluntad que pude para levantarme del suelo con una cacerola en la mano. Patiné y caí antes de siquiera poder pararme por completo y me golpeé la cabeza con el borde de la mesa.

—Auch. —Me llevé las manos a la frente.

Jordan soltó una risa y se acercó con prisa para asegurarse de que yo estuviera bien. Pero él también se patinó y acabó cayendo de culo a mi lado. Por la mueca de dolor que hizo, supuse que se había golpeado muy fuerte.

—Pareja de gays veinteañeros es encontrada sin vida en una cabaña inundada —bromeo sin dejar de sobarme la frente—. Investigaciones informan que murieron por correr descalzos en el suelo mojado.

Jordan soltó una risa que acabó en quejido y me alcanzó.

—¿Estás bien? —preguntó.

Sentí sus manos en mi barbilla y dejé que me alzara el rostro para examinarme. Sentí el regusto metálico de la sangre y lo lamí por reflejo. No sabía cómo ni cuándo, pero me había cortado el labio.

Miré directo en sus ojos, pero él estaba ocupado examinando mi frente. Una gota de agua cayó de la punta de su cabello y se estrelló contra mi nariz.

—Doctor, me duele. —Regresé la mano a mi frente y le di un toque con la punta de mi dedo—. Aquí. Deme un beso.

—No sé, Marco... —Sentí cómo pasó el pulgar cerca de donde me dolía y cuando alcé la vista me encontré con su rostro preocupado—. ¿Y si el golpe es serio? —Se mordisqueó el labio con nervios, debatiéndose—. Deberíamos ir al hospital por si acaso.

—Entonces, ¿No hay beso? —Sonreí y él me arrugó la frente en respuesta, así que me aclaré la garganta e intenté ponerme serio—. No, amor. No podemos con este clima. —Estiré el brazo y pasé mi dedo pulgar por su labio con suavidad para que dejara de mordérselo—. Las lanchas no funcionan cuando llueve.

Y era cierto. Hasta que no parara la lluvia los dos estábamos atrapados en esta isla y con goteras en el techo.

Él pareció llegar a la misma conclusión que yo, porque bajó la cabeza y suspiró.

—Lo siento —soltó—. Debí revisar el clima antes de reservar. Nos hemos quedado encerrados aquí desde que llegamos. —Chasqueó la lengua y apartó la vista como si luego de un rato mi mirada comenzara a pesarle—. Lo he arruinado.

—Me está gustando estar aquí —admití con franqueza.

Estas eran mis primeras vacaciones con Jordan si no contábamos aquel campamento a los doce con los exploradores.

Él estuvo tan emocionado durante todo el mes por el viaje y pese al clima mis expectativas no se arruinaron en absoluto.

Vine con la intención de estar todo el tiempo con él y eso hice: Dormí acurrucado a su lado en las noches frías y de tormenta, lo vi despertar en las mañanas y cociné a su lado en cada comida.

Lo vi reír, maldecir y preocuparse. Lo escuché hablar de las plantas de la zona sin tener una puta idea de la mitad de lo que decía y también reír cuando viajamos en la lancha y el agua nos salpicaba en los hombros.

—Me encanta. Me encantas —continué, porque él seguía mirándome—. Y cada segundo que paso contigo soy un poco más feliz.

El rostro de Jordan se contrajo en una mueca de asco muy mal actuada. Veinte años y aún no sabía cómo recibir halagos porque creía que no los merecía.

—No me mires así —me advirtió y colocó su mano en mi rostro para que ya no pudiera verlo. Tomé su muñeca y le dejé un beso en la palma—. ¿Qué crees que haces?

—¿Amarte incondicionalmente, incluso cuando te emocionas tanto por un viaje que te olvidas de revisar el clima? —Le alcé una ceja como si no fuera evidente lo que estaba haciendo.

Jordan me arrugó la frente y enganchó su mano con la tela de mi camiseta para atraerme un poco hacia él.

—Desagradable —Dijo—. Quiero más.

Jordan sonrió e intentó besarme, pero yo me adelanté y le estampé un beso, quizá con más fuerza de la necesaria. Soltó otro quejido y rio contra mis labios mientras yo pasaba los brazos por detrás de su cuello.

—Sí, te ves muy disgustado con mis besos —dije.

—Los odio. —Pasó un brazo por mi espalda para acercarme.

—Primer aviso, hijo de puta —lo amenacé. Tomé su rostro entre mis manos y busqué sus ojos—. Acepta que te amo o sufre las consecuencias.

Dejó sus manos sobre las mías y rio con ternura. O tal vez sólo estaba riéndose como lo hacía normalmente y a mí eso me resultaba tierno. Abrió los ojos apenas sin borrar la sonrisa de su rostro y me vio a través de sus pestañas.

—Cásate conmigo.

Aparté el rostro y lo miré con sorpresa. Su sonrisa se borró de un segundo al otro y me levantó las cejas con temor, preparándose para un rechazo.

De los dos siempre creí que yo sería el primero en soltar algo así por mi naturaleza intensa e irresponsable. Pero a veces me olvidaba que Jordan también era así, o que me quería tanto o más que yo a él.

Pasé mi mano por su cabello con suavidad y se lo aparté de la frente. Estaba emocionado, pero no quería delatarme.

—No —dije finalmente. Vi su expresión decaer, pero yo le sonreí con sinceridad—. No estás listo para casarte.

Sus mejillas tomaron color como las de un niño enfadado.

—Si te lo estoy preguntando es porque quiero.

—Tú te quieres casar conmigo porque crees que soy mucho para ti —lo corregí—. Y yo quiero que cuando nos casemos tú sepas con cada pulgada que quieres estar conmigo porque es lo que te mereces.

—¿Eso es un sí? —preguntó, inseguro.

—Es un "sigue participando".

—Es un "sigue participando"

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Romeo, Marco y JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora