Epílogo

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Me resultaba increíble cómo algunos momentos parecían durar eternidades para luego ser tan sólo una imagen en nuestra memoria. 

Como aquel viaje en el auto de Jordan, con Lola sentada atrás mientras él cantaba en una voz muy baja alguna canción de Sufjan. El sol del amanecer proyectaba haces de luces entre las nubes en tonos anaranjados, rosados y púrpuras, y el silencio en las calles era casi absoluto.

A veces sentía que ni en un millón de años seríamos lo suficientemente dignos como para apreciar algo tan hermoso como un amanecer.

La rubia se recostó y durmió en sólo un par de minutos mientras yo buscaba al sol con mis ojos.

—¿Crees que va a estar bien? —La voz suave de Jordan me hizo volver la cabeza para mirarlo—. Farrah.

—Tiene a su hermano —contesté en el mismo tono bajo que él, como si ninguno de los dos quisiera salir del estado de calma o despertar a Lola.

Él se mordió el labio y miró hacia el camino. Era asombroso cómo podía leer sus emociones con observar su rostro.

—Tengo miedo.

—¿No confías en ella?

—Sí. —Desvió su mirada del frente para verme durante un momento—. Tengo miedo de no volver a verla.

Quise decirle que yo también. Que me generaba un escalofrío simplemente el pensar en ella partiendo y alejándose de nosotros. Ni siquiera estaba seguro de que fuera capaz de llamarnos por teléfono si nunca lo llevaba cargado o con saldo.

—Pero no podemos ponerla en una esfera de cristal —para sorpresa mía, fue Jordan quien volvió a hablar—. Es su decisión.

Me incliné hacia el asiento de copiloto para dejarle un beso en la mejilla que él me respondió con una sincera sonrisa.

El auto se estacionó frente a la casa de él. Detrás de nosotros Farrah se encontraba metiendo cajas en el baúl del auto de Donnie, su hermano mayor. 

Desperté a Lola para que saliera con nosotros y pasé mi brazo por sobre sus hombros para que me abrazara y usara mi pecho de almohada mientras andábamos.

Donnie se encontraba fumando, apoyado en la puerta delantera de su auto junto a un cactus que seguramente era de Farrah.

Era capaz de encontrar el parecido entre ambos y al mismo tiempo no. Tenían una estructura facial muy similar: la misma nariz chata, la misma frente amplia, ojos pequeños y barbilla marcada. Me pregunté si el negro del cabello de Donnie era el mismo que llevaba Farrah naturalmente, aunque por las raíces que ella se había dejado parecía ser que sí.

—Esta es la última —anunció Farrah mientras cerraba el baúl y se limpiaba las manos en su falda escocesa.

—Entonces despídete y vamos —le pidió su hermano.

Tiró la colilla del cigarro y se metió al auto sin decir más nada. Farrah alzó la cabeza por primera vez desde que llegamos y nos vio.

Nos saludó con la mano pero luego se acercó a nosotros con lentitud, como si buscara atrasar el momento para despedirse.

Llevaba el cabello suelto pero más corto, un poco más abajo de los hombros. Porque, según ella, quería que creciera más fuerte. Pero tenía puesta la misma falda escocesa de siempre junto con la misma chaqueta verde militar y la misma playera rosa del día que la conocí. No tenía idea si ella lo había hecho adrede o simplemente yo era muy observador.

—¿Estás nervioso?

Enfoqué la mirada y la encontré delante de mí. Su cabello seguía oliendo a vivero o un jardín con muchas plantas, donde me gustaría estar en una tarde lluviosa.

Romeo, Marco y JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora