Trece: Aprende a negociar

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FARRAH

No sólo Marco había entrado en pánico: ella también. 

No podían dejar que la hermana de él le contara sobre la boda a sus padres. Sería un caos de los que ella no disfrutaba, porque estaría implicada.

Afortunadamente el muchacho pareció coincidir con los pensamientos de ella, pues salió disparado del ascensor, detrás de su hermana, y la atrapó unos metros más adelante. Farrah se colocó entre las puertas para que estas no se cerraran automáticamente y observó cómo los italianos comenzaban a forcejear entre gritos en medio del pasillo.

Una persona asomó la cabeza desde la puerta de su apartamento y notó que su expresión cambiaba de sorpresa a enfado al percatarse de quiénes se trataban.

—Lo están haciendo de nuevo —anunció a quien fuera que estuviera dentro de su casa, antes de volver a meterse.

—¡Le diré a mamá!

Farrah volvió a prestarles atención: Marco se las había ingeniado para envolver a la muchacha con sus brazos y comenzar a arrastrarla hacia el ascensor mientras ella se dedicaba a clavar sus pies en el suelo, negándose a que la lleven.

Hizo una mueca de dolor cuando la italiana clavó sus uñas en los brazos del muchacho y este soltó un quejido. Sin embargo, no se detuvo. Siguió arrastrándola hasta que consiguió meterlos a ambos al ascensor, y Farrah se apresuró a presionar el botón del piso que le indicó.

—Ya puedes soltarla —le informó a Marco cuando notó que la muchacha seguía forcejeando en los brazos de su hermano.

El aludido la miró con pánico.

—¡Saldrá corriendo en cuanto se abran las puertas!

—¡Suéltame!

La cautiva comenzó a patalear con fuerza y Farrah tuvo que apartarse para evitar un golpe. Marco no tuvo la misma suerte: en un determinado momento, ella llevó su cabeza hacia atrás con violencia y golpeó el rostro de su hermano. Él gritó, pero no la soltó.

—Me has roto la nariz —lloriqueó.

Farrah puso los ojos en blanco, consciente de lo mucho que le gustaba dramatizar.

—¡Te romperé los brazos!

—¡Cálmate, carajo! —la voz de Marco retumbó en la pequeña cabina y la muchacha soltó un quejido cargado de rabia— ¡Me estás lastimando!

La aludida volvió a quejarse, pero dejó de forcejear con tanta fuerza. Farrah centró su atención en él, en su expresión de enfado y la forma en la que presionaba los labios, con la vista fija en la nuca de su hermana y el cabello cayendo sobre su frente, desordenado por el alboroto.

Entonces, Giorgia comenzó a llorar. Ninguno de los dos se percató en un principio, pues la inmensa mata de cabello que cubría su rostro les impidió ver cómo su expresión iba cambiando de a poco.

La vio llevarse las manos a la cara y oyó su llanto.

Marco palideció y la soltó.

—¿Qué sucede?

Giorgia comenzó a negar, sin descubrir su rostro. Las puertas del ascensor no se abrieron al pasar por el primer piso, así que dedujo que nadie lo habría llamado. Tanto Farrah como Marco se miraron con miedo, sin saber qué hacer con la muchacha.

—No puedo creer que te hayas casado —dijo entre sollozos—. Arruinaste tu vida.

El muchacho abrió la boca, visiblemente ofendido, y a Farrah se le escapó una carcajada. No pudo evitarlo. El dolor de la gente solía ponerla tan nerviosa que comenzaba a reírse, aunque la reacción de Giorgia le pareció exagerada.

Romeo, Marco y JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora