Siete: Lleva paraguas

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A estas alturas de la historia no es necesario mencionar que cualquier acto nimio que me perjudique tan sólo un poco es capaz de alterarme a niveles monumuntales. Pero no era un manojo de nervios y drama todo el tiempo.

Los últimos días los había estado sobrellevando bien. Lola y Jordan se habían distanciado un poco, pero no había tanta tensión entre ellos y, definitivamente, no planeaban separarse. Todo normal, como antes de la llegada de Farrah.

Hasta el momento era una situación que podía manejar. No era nada que no se pudiera arreglar con el tiempo, quería creer.

La situación comenzó a desbordarme cuando Lola vino hacia mí en pleno almuerzo del viernes para informarme la elección del profesor de teatro para el elenco de la obra.

—¿El papel de Romeo? —mi voz hizo eco en todo el auditorio y el profesor, sentado al borde del escenario, alzó la vista de su tupperware—. No sé si es más ofensivo que se lo haya dado a Jordan o que yo sea su interés amoroso.

Me aferré al respaldo de uno de los asiento de enfrente, como cada vez que peleaba con alguien allí dentro. Lo que era, básicamente, en todas las clases. Podría simplemente haberme acercado al escenario en lugar de permanecer a varias filas de distancia, pero me encantaba hablar fuerte y oír el eco de mi voz.

Me vio a través de sus gafas de lectura, posiblemente harto de mí y mi drama. En estos años con Vincent como profesor yo había sido capaz de aprender algo sobre él: no le gustaba que lo molestaran cuando estaba comiendo. Por eso se recluía en el salón de actos para almorzar.

—¿Qué tiene de malo ser su interés amoroso?

Le entrecerré los ojos. Él era un ser maligno. Debajo de su camisa arrugada y ese acento británico falso se hospedaba el corazón más frío y horrible que haya conocido.

—Todos en el instituto están diciendo que yo le dejé el ojo así. —Me paré sobre la butaca para que me viera mejor y señalé mi propio ojo. Existía la remota posibilidad de que tal vez hubiera hecho un puchero con los labios. Lo que fuera con tal de dar pena—. Y a usted se le da por ponernos a citar frases románticas.

Seamos honestos: todos sabíamos que esto sucedería. Jordan sería Romeo y yo Julieta porque todos ansiaban ver el mundo arder desde la distancia. Pero me gustaba creer que aún había posibilidad de tener paz mental y emocional.

Él no dejó de masticar en ningún momento. Saboreó cada segundo de mi pena acompañada por un bocado de pasta. Su deleite me hizo recordar que aquel era el almuerzo y yo aún no comía nada.

—Entonces deberían comenzar a congeniar —dijo—. Desde ya.

—Pero. —Pasé una pierna por sobre el respaldo de la butaca de enfrente para hacer mi camino hacia el escenario, cada vez más desesperado—. Romeo es mío —me quejé—. No creo que Jordan pueda ser un mejor amante italiano del siglo XVI de lo que soy yo.

Seguí avanzando hasta llegar a la primera fila, donde me senté sobre el respaldo para que no existiera tanta diferencia de altura entre nosotros. Aún así, me vi obligado a alzar la cabeza para verlo, a más de un metro de mí. Él dejó su bandeja a un lado y se centró en su estudiante favorito.

Casi pude oírlo suspirar mentalmente mientras se cruzaba de piernas.

—Mira, no pienses así. —Se chupó un dedo—. Deja de fijarte en la estética —me ordenó—. Romeo es un niño y lo sigue siendo hasta su muerte, pero el arco de Julieta es, podría decirse, más cruel. Deberías meterte hasta el fondo para conocerla. Podría decirse que las razones de su suicidio son muchas más que las de Romeo. —Permanecí en silencio, sin saber exactamente que decir—. Y tiene más tiempo en escena. Es la indicada para ti.

Romeo, Marco y JulietaOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz