15. 𝚂𝚊𝚗𝚊𝚛é 𝚝𝚞𝚜 𝚑𝚎𝚛𝚒𝚍𝚊𝚜.

96 13 3
                                    

En cuanto me deslumbró la luz grisácea de aquella mañana, desperté en mi cama completamente solo. El aroma que desprendía Adam aún seguía fresco, entre las mantas y la almohada que parecían no querer marcharse; el olor de la miel de su esencia me acariciaba las fosas nasales con tanta delicadeza que temí empacharme o quedarme envuelto en una manta eléctrica. 

Pero llegó la sensación del miedo en cuanto recordé que no estaba y, por lo tanto, me había vuelto a quedar a solas en esta casa. Por supuesto, Eddy se habría marchado a primera hora y yo tendría que esperar a recibir los impactos de mis temores, provocándome estar en un estado de hipervigilancia que no tardaría en acudir a mi mente.

Sin embargo no llegó. 

Estuve por diez minutos en la cama completamente desnudo, esperando que en cualquier momento se presenciara alguno de mis tantos demonios que me atormentaron durante meses, siendo el blanco perfecto para el sanguinario depredador que anhelaba robarme el aliento entre heridas y dolencias. 

Pese a que nadie acudió para atacarme, me sentí intranquilo y mi respiración adquirió un tenue deje inquietud. Hiperventilaba. Miré en todas las direcciones, como si esperaba encontrarme a Adam en algún lugar de mi habitación, transformado en búho, ardilla o en cualquier cosa que pudiera transformarse ese chico. Pero no hubo ningún rastro animal, sólo su aroma que se centraba en mi cama, y ligeras nubes prácticamente invisibles que se movían por toda mi habitación hasta desaparecer.

Estoy abajo, esperando a que te cambies —resonó la voz de Adam en mi cabeza—. Ya te dije que de este pueblo no me voy, así que date prisa o se te enfriará el desayuno.

Como si esas palabras fueran la cura para sanar la herida más mortal del universo, me levanté de un salto de la cama, sintiendo el suelo caliente bajo las plantas de mis pies, pero a la vez temblando por el frío. Maldije varias veces a mis adentros y miré en dirección a la bolsa. La ropa no era la misma que la de ayer, sino una diferente. Quizás estaba aún demasiado dormido para recordar. 

Negué con la cabeza. Saqué del cajón un bóxer gris, luego los pantalones oscuros de la bolsa y luego una sudadera de un color que ni yo mismo sabía que tenía; naranja. Inconscientemente sonreí a mis adentros mientras me la colocaba tras ponerme una camiseta de algodón para no sentir frío. No recordaba tener ninguna prenda naranja entre mis pertenencias y tampoco guardaba ningún recuerdo de haberla adquirido en ninguna tienda. 

Volví a sacudir la cabeza y me marché en dirección a la ventana cuando terminé de vestirme.

La mañana se presentaba, como siempre, nubosa y con el preaviso de que en cualquier momento acabaría lloviendo. La masa creada por las nubes en el cielo agrisado me recordó a un antiguo jersey de Eddy, uno bastante feo que le regaló mi madre en una navidad. Ese año prometimos vestirnos con ropa ridícula para reírnos un rato, junto a cinco personas más que no alcanzaba a recordar bastante bien; quizá esto se debía a que ese día estaba muy cansado por haberme perdido en uno de los pocos bosques de la zona.

¿Elijah? ¿Va todo bien? —preguntó Adam a modo de pensamiento.

Todo bien, ya bajo —respondí del mismo modo.

Algo había aprendido durante esta experiencia tan extraña: Adam podía leer mis pensamientos, porque él era lo mismo que yo. Un teriántropo o un cambiante. Mis pensamientos eran, al igual que hablar en voz clara, palabras y frases que él podía escuchar con suma facilidad mas yo de él no. ¿Habría algún tipo de truco para proteger mis propios pensamientos? Lo mejor sería preguntarle, aunque no estaba seguro de si obtendría mi respuesta. 

Adam era honesto, pero no directo para dar respuestas si la pregunta la consideraba importante.

Deja de mirar por la ventana, zorrillo —acertó con asombrosa facilidad y yo me sonrojé de la vergüenza.

𝕯 e s e i   [2]Where stories live. Discover now