CINCUENTA Y TRES

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Amir

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Amir

La piedras en el camino son necesarias para tropezar y volver a levantarse, caer y hacerse daño para luego no volver a tropezar con ellas, la vida era un camino llena de estas y solo había que saber pisar bien y sin temer a caer, sin miedos a equivocarse, pero siempre y cuando no se dañe a otros.

Estos dos últimos días pasaron de lo más extraño respecto a la actitud de Lauren, su forma de provocarme a cada rato hacía más difícil que permaneciera en casa, y es que por más que evito no mirarla, su hermosa piel y su belleza me grita en silencio y no me queda que de otra que sonreír y dejar que siga haciendo lo que tal vez piense que funcione conmigo.

—Salam alikom, Lauren— saludé nada más entrar en casa después de un día lleno de trabajo.

Ella estaba en la cocina y no había rastro de ningún empleado, solo estaba ella y su sexy camisón que me tenía a cien.

—¿No tienes frío?— pregunté subiendo mi mirada por su delicada piel y esa provocativa tela.

—¿Y tú no tienes calor?

Vale, ahí me pilló, estaba muy excitado, ya que estos días pasaron así.

—Mm... no, todo lo contrario.

Ella sonrió.

—Al parecer les diste nuevamente el día libre a los empleados.

—Necesito tener privacidad en mi casa y esa es la única manera.

Carraspee, y después baje la mirada porque su forma de seducirme me estaba perdiendo y olvidando cómo se hablaba.

—¿Comiste?—intenté cambiar de tema.

—Te estaba esperando, de hecho la comida ya está servida solo tenemos que sentarnos.

—Mm... vale.

Ella pasó su mano por mi cuello y después caminó hasta el comedor.

Resoplé al quedarme solo y después la seguí.

—Sé lo que estás intentando hacer, pero creo que no ...—me detiene.

—Ya veremos, habibi.

De la forma que me miraba podría notar que quería una reconciliación por todo lo alto, pero ¿estaba preparado para dar ese paso y olvidar todo?

—No deseo que estés cocinando y pasando mucho tiempo de pie en tu estado, recuerda que estás cargando a dos bebés.

—No me estoy muriendo, habibi.

—Lo sé, pero no quiero te esfuerces cuando hay gente que pago para que hagan ese trabajo, solo quiero que tengas un embarazo saludable y los bebés estén bien.

—¿Te preocupas por mí o por nuestros hijos?

—Por los tres.

Lauren mordió su labio y me demostró esa sonrisa tan cautivadora, la misma con la que atrapó mi atención en aquella fiesta.

—Mañana es tu cumpleaños, ¿tienes algún plan para celebrarlo?

Negué. —No suelo celebrar el día que nací.

—Vale.

Me dejó observándola al ver cómo no le importo lo que le dijo, ¿qué es lo que está tramando?

—Amir.

—Sí.

—Tu padre aún no sabe nada de mi embarazo.

Trague lo que tenía en la boca.

—No, Lauren. Por el momento es mejor así.

—¿Te avergüenzas de lo que creo nuestro amor?

—¿Qué? No, ¿cómo se te ocurre pensar eso?

—Y entonces ¿por qué no se lo dices, Amir?

—No es el momento, solo es eso.

—¿Eres feliz por la llegada de nuestros bebés?

Fruncí el ceño. —Pues claro que lo soy, me siento inmensamente feliz por saber que hay vida en tu vientre.

—¿Y por qué no me perdonas? ¿Por qué no volvemos a ser lo que éramos antes de ese accidente?

—El que mi enojo aún dure no signifique que no te ame, solo necesito tiempo para pensar que no me volverás a mentir y olvidar lo que vi de tu hermana. Créeme que fue muy difícil para mí.

Ella retira unas lágrimas de sus ojos que estaban a punto de caer por sus mejillas y continuó comiendo.

Me dijeron que mi mujer estaba muerta y que esa muerte fue provocada por un suicidio chocando el auto contra un muro y que el coche quedó destrozado como su rostro, recuerdo como mi alma abandono mi cuerpo y salí rumbo a donde su anatomía yacía en el suelo y ahí la vi, cubierta con una sábana blanca mientras mis piernas caían al suelo y nada quedó de mí al ver cómo su cuerpo sangraba y sangraba y sus hermosos ojos se habían cerrado. Fue duro, tan duro que hay noches que sueño con aquel instante y aunque la tengo delante siento y temo que pueda volver a suceder.

—Me dolió que te fueras y que ya no ibas a volver— me posiciones detrás de ella mientras sus dedos teclean en su móvil. — Vi como ya no quedó nada de ti y aun así te sentí viva y lejos de mí, me quedé solo por un mes entero mientras tu esencia que dejaste en cada esquina de esta casa me destrozaba, te extrañaba y no podía verte, ni tocarte — mostré una sonrisa triste al recordar ese día en el cementerio. — Llegué a verte en el cementerio y pensé que me estaba volviendo loco. — ella negó. — Eras tú, ¿verdad? — Lauren afirmó. — Entonces no me pidas que lo olvide tan fácilmente.

Pagada para seducir al ÁrabeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora