C a p í t u l o 2 2 - Confesiones amorosas

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Justo cuando me estaba sumergiendo en el libro de historia, habiendo logrado encontrar la motivación para estudiar de la que había carecido hasta la noche anterior al examen, mi teléfono sonó.

Dudé descolgar, fastidiada. Apenas me quedaban horas de estudio, y sabía que si me proponían algún plan, caería. Tenía muy poca fuerza de voluntad.

-¿Sí?- descolgué el teléfono con fastidio.

-Elenna, soy Rose- suspiró sonoramente al otro lado de la línea-. Sé que es tarde, pero, ¿puedes hablar?- su voz era aguda e irradiaba ilusión. Miré el reloj, que marcaba las diez y media; el toque de queda sería dentro de poco. Entonces recordé que Sarah, la chica con la que llevaba semanas hablando, había venido a Londres a visitarla. Habían pasado el finde juntas, y ahora debía de haber vuelto al Internado. Ni me volví a mirar mis libros con culpabilidad, no me podía resistir.

-¡En dos minutos estoy en tu cuarto!

Me dirigí a toda prisa a su cuarto, emocionada. Las chicas me miraban extrañadas al pasar corriendo por el pasillo, pero me daba igual. Subí a su piso y llamé con apremio a su puerta.

Rose aún llevaba puesta la ropa de calle, un abrigo blanco y un vestido de topos, tenía el pelo ligeramente encrespado por la lluvia,  y una amplia sonrisa se dibujaba en su cara.

-¡Cuéntamelo to-do!- enfaticé extendiendo las manos en el aire mientras entraba en su cuarto.

-¡A ver, a ver, por dónde empiezo...!- revoloteó por su cuarto dando saltitos, llena de emoción.

-¡Por el principio!- solté una carcajada.

Tan pronto como nos sentamos sobre la cama procedió a contarme todo tipo de detalles sobre su fin de semana. Se habían alojado en un buen hotel en el centro de Londres, en el cual la comida era exquisita y había unas hermosas vistas a Green Park. Sarah era de Liverpool, y había estado un par de veces en la ciudad con su familia, así que podían ahorrarse el típico turismo y hacer cosas más originales: fueron a una exposición en el museo de Marcel Duchamp, acudieron a una cata de vinos, fueron al cine a ver Beverly Hills Cop,  pasearon por el Támesis en un barco turista... Rose, después de ir el viernes a buscar a su amiga al aeropuerto, la llevó a uno de sus sitios favoritos de la ciudad: un parque con olmos y cisnes con vistas a un lago. Como de costumbre, el cielo estaba nublado, pero no llovía. Se sentaron a la orilla, y allí se dieron su primer beso. Y, desde entonces, no pararon de darse muestras de afecto. Por la calle, en los restaurantes, en el cine... No tenían miedo a ser vistas, allí en la capital nadie las conocía; y, aún así, tampoco le hubiera importado mucho: se sentía segura junto a ella, a salvo, de un modo en el que jamás lo había hecho.

-Ay, Elenna, ¡es tan, tan guapa! Mira- sacó su cartera y la abrió, enseñándome la foto de tamaño carnet que asomaba tras una solapa transparente. Sarah era morena, tenía la barbilla pequeña y rasgos afilados, cejas gruesas y una sonrisa ligera. Rose suspiró en silencio al verla.

-Hala, sí que es guapa.

-Y es súper interesante, de verdad. Ha hecho un montón de cosas, siempre tiene algo diferente de lo que hablar. Es increíble verla hablar y expresarse- suspiró pasando el pulgar por encima del retrato.

-Se te nota muy enamorada- sonreí enternecida, realmente contenta, y le cogí de la mano- Jo, me alegro un montón de que hayas encontrado a alguien que te guste de verdad. Te lo mereces.

-Sí, tenía muchas ganas de sentirme así, de enamorarme...- sonrió tímidamente, con la mirada suspendida en la nada, pensando en algo-. Ha sido genial, de verdad. Por primera vez en mi vida me he sentido libre- se tumbó boca arriba soltando un suspiro-. Hasta ahora todos mis líos habían sido a escondidas y con miedo.

Internados: Desvelando los secretosWhere stories live. Discover now