#10

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Día 10: Día libre.

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Era sabido que una persona necesitaba sí o sí tener sus propios secretos, ya sea de su familia, de sus amigos, de sus cercanos, de todos y de nadie a la vez. Era algo inevitable al igual que las mentiras que se decían cuando la gente se quejaba diciendo "yo no tengo secretos".

Seguramente esas personas decían no tener secretos porque se olvidaban de ellos una vez los sacaban de su pecho para decirlos a la persona más confiable que alguna vez se podría conocer.

Era una persona alta, una persona tan alta que aprovechaba eso para dejar todos los secretos guardados en el punto más arriba de la ciudad. Ni siquiera se esforzaba en ocultarlos porque todos sabían que el cofre tenía contenido que nadie quería que fuese destapado, era de conocimiento público a quién pertenecía aquella caja, y el respeto era tanto que solamente el cuidador de secretos podía abrirla.

La identidad de este guardián era también un secreto a voces, y es que no es que fuera un misterio, a él no le importaba realmente que se supiera o no quién era, de todos modos era conocido por ser callado, ¿qué sentido tenía ir por la vida negando cosas? Aunque claro, el detalle era que la gente no sabía si se podía decir el nombre, pero lo terminaban soltando cuando lo recomendaban para que otros fueran a decir sus secretos.

Sakusa Kiyoomi era probablemente de las personas más altas de toda la ciudad, pero aunque no lo fuera, sí que era la más respetada. Y aprovechaba cada una de sus cualidades física para guardar los múltiples secretos que le llegaban diariamente.

Su semblante serio te daba a entender que si intentabas robar uno de los tantos secretos que cuidaba celosamente no te iba a ir bien, nadie se había atrevido a averiguar qué pasaría, miedo o respeto, el sentimiento estaba ahí. Además también se sospechaba que todas las personas de la ciudad habían ido al menos una vez con él.

Para poder decir un secreto habían dos opciones. 

La primera era escribirlo en un papel que posteriormente se lo entregaban y él lo guardaba en su pequeño cofre. Por lo general se usaba aquel método para los secretos más íntimos, esos secretos tan privados que ni el mismo Sakusa los leía, simplemente los recibía y en silencio los dejaba en el lugar seguro en donde tampoco volvía a sacarse. 

Eran secretos que daban vergüenza contar. O tristeza de recordar. Secretos que se esperaban ser olvidados y que hacían tanto daño que si no eran dichos entonces cosas malas podían pasar. 

A Sakusa le gustaría poder decir qué tipo de secretos eran, pero no tenía idea y tampoco estaba interesado en romper la confianza que otras personas les daban por un poco de curiosidad.

La otra opción para poder decir los secretos era directamente contándolos.

La persona se reuniría con Sakusa en el lugar más solitario y silencioso de la ciudad y hablarían, o al menos lo haría la persona ya que nunca se esperaba recibir una respuesta. Se podía decir que Sakusa era la verdadera representación de la frase "silencioso hasta la tumba".

Después de eso Kiyoomi iría a su cofre, el cual abría con cuidado para que los secretos no se escaparan y contaría lo escuchado, volviendo a cerrarlo rápido porque no quería que por accidente se cayeran sus palabras y otras personas aprovecharan de recogerlas. Cosa poco probable ya que los susurros también estaban cómodos en su nuevo hogar.

Ambas opciones eran igual de seguras. Todos lo sabían porque nunca nadie había peligrado con lo que habían contado, y ya habían pasado un par de años desde que se había empezado ese negocio.

— ¿Es tan confiable? 

— Si no puedes confiar en él entonces no puedes confiar en nadie.

Las personas se habían encargado de darle una reputación tan confiable que en parte agradecía, no quería tener que ir convenciendo a la gente de qué tan bueno era.

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