Capítulo 1

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Martina se sentía un poco mareada, era el efecto del alcohol en su cuerpo, el que había tomado para aceptar el reto que sus amigas le habían propuesto, como si el licor se tratase de valor líquido que le ayudaba a sentirse más segura y a acallar la voz de su madre que aún retumbaba en su mente diciéndole que lo que hacía no era correcto y por poco merecería ir al infierno a pagar por sus pecados.

Sacudió la cabeza negando aquellas palabras sabiendo que su madre no podía verla, ni saber lo que ella hacía para lograr la satisfacción de su cuerpo. Había sufrido durante años gracias a un error cometido en la adolescencia, la habían obligado a casarse con aquel que le había mostrado el sexo por primera vez y que como consecuencia de aquello la había embarazado, sin que un bebé hubiera formado parte de sus planes en ese entonces, pero con ello había aprendido lo que era ser madre a corta edad.

La luz es tenue y siente cómo lo que empezó como un reto entre sus mejores amigas, le empezaba a dar placer. Las manos grandes de aquel se deshacían de su vestido negro ceñido, el mismo que había comprado dos días antes con la promesa para sí misma de despertar bajas pasiones en quien lo mirase y al parecer aquella prenda en la que había invertido más dinero de lo esperado estaba cumpliendo su propósito.

Ahora sólo tenía sobre sí la ropa interior del mismo color del vestido, un precioso conjunto de encaje también comprado con la misma intención y para sentirse más segura de sí misma. Ella se sentía poderosa en aquellas diminutas prendas, con el liguero a juego y los tacones de color rojo sangre. No parecía la misma mujer que en el día había cumplido con su jornada laboral en el restaurante del Hotel Begonia, o que en la tarde había llamado a su hijo para saber si se encontraba bien, como lo hacía cada día desde que se había ido a estudiar fuera de la ciudad.

Verse diferente le gustaba, no parecer la aburrida del día le encantaba, era su segunda vida, en la que ella era capaz de todo y nada le preocupaba.

Aquel hombre cuyo nombre desconocía le ofrecía sus labios para saborearlos a su placer, algo que ella aceptó sin oponerse, porque el hombre le atraía de una forma desmesurada, desde que lo vio sentado en aquella silla del bar, con esa ropa casual y desbordando testosterona cual macho alfa su vista no pudo apartarse de él. Vestía un pantalón de mezclilla, camiseta negra y botas, se veía tan casual pero tan sensual a la vez, quizás porque la ropa se ajustaba perfectamente a su esculpido cuerpo y marcaba los tan bien trabajados abdominales dando a entender que permanecía mucho tiempo dentro de un gimnasio.

Su cabello castaño oscuro con visos rubios parecía brillar bajo la luz de las lámparas que adornaban el lugar. Se encontraba charlando con el barman como si se tratara de un amigo, a veces sonreía y dejaba ver un hoyuelo en un lado de su rostro que le hacía verse irresistible.

Sus amigas se dieron cuenta de que no le quitaba la mirada de encima, así que la incitaron a acercarse a él y a invitarle una copa, el reto consistía en llevárselo a la cama y después de algo de licor se decidió, más cuando una de sus amigas le informó que se trataba de un gigoló que estaba dispuesto a todo a cambio de una buena remuneración.

Así que después de aquellas palabras, sabía que no tenía nada que perder, se le acercó, le invitó un trago más de lo que estaba consumiendo y después de unas pocas palabras ya se encontraban en este cuarto de hotel, uno no muy elegante al ver que le hacía falta una capa de pintura y una decoración más sencilla y pulcra, pero serviría para el propósito que era lo importante, además se encontraba cerca del bar y así no perderían tiempo en buscar otro lugar.

Esas manos seguían recorriendo su cuerpo como si quisiera grabar cada curva en su mente, ella también había trabajado duro para mejorar su apariencia, pero más que para agradar a otros, era para gustarse a ella misma, algo que necesitaba después de que su esposo sólo la insultara y le dijera lo horrible que era, porque aunque se negaba a aceptarlo, aquellas palabras la habían marcado y durante mucho tiempo se sintió como la persona más fea del mundo, pero ahora no era así, ella sabía lo que tenía y sabía cómo utilizarlo, porque aunque aquel hombre con el que estaba en este momento era un gigoló y seguramente lo hacía para ganar dinero, no podía negar que se excitaba con verla y sentirla, algo que a ella le agradaba y excitaba a su vez.

Martina en busca del ODonde viven las historias. Descúbrelo ahora