Nada cambió

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Durante toda la noche Feng Xin se dedicó a observarlo, acariciando su piel salpicada con tonos violetas y peinando los enredados mechones de cabello que se extendían por la almohada.
Abrazándolo y escuchando su suave respiración hasta que la luz del sol asomó por las ventanas y los pasos de los discípulos se escucharon en los corredores.

Feng Xin vistió sus túnicas y salio del cuarto.
Afuera unos pocos discípulos del palacio caminaban sosteniendo pergaminos cuando lo vieron salir de la nada. Se detuvieron pareciendo sorprendidos, pero nadie dijo palabra hasta que uno de ellos se armó de valor. Dió un paso adelante e hizo una reverencia.

- General Nan Yang, no lo vimos entrar, es algo temprano, me temo que nuestro General no puede recibirlo ahora.

En un principio Feng Xin no supo cómo contestar. No había pensando cómo manejar está situación. Definitivamente no podía decir que había pasado la noche ahí.
Permaneció en silencio un minuto, con las miradas fijas de los discípulos en su persona, cruzó los brazos y se recargó en la pared, juntando toda la autoridad que tenía.

- Su general y yo tenemos cosas que hablar.
Creo que deben dejarnos solos.

Todos los discípulos cayeron en un silencio mortal, quedando estáticos, sin saber si acatar sus ordenes o atreverse a decirle lo obvio: su autoridad dentro de ese palacio era nula.
Por fin, después de reflexionar unos segundos, el mismo discípulo, dio la vuelta y ordenó.

- Ya oyeron, nos iremos por ahora. Regresaremos cuando nos indiquen.

- Pero... El general Nan Yang...

- ¿Creen que nuestro general lo dejaría andar por ahí si no fuera cierto? —interrumpio— El General Nan Yang es invitado en el palacio de Xuan Zhen, nos iremos.

Cuando el palacio se encontró nuevamente vacío, Feng Xin dio la vuelta y preparó el baño, luego regreso al cuarto donde Mu Qing seguía recostado. Se acercó en silencio.
Debía estar agotado.
Probablemente cuando se despertara tendría un humor espantoso, tal vez cuando despertara el cuerpo le dolería demasiado.

Tal vez... Cuando despertara, se arrepentiría de esa decisión.

Feng Xin pensó, en su cultivo, en el poder que había ganado, en todos los años que le tomo llegar a ese punto y el trabajo que le había costado.
Pensó en todo lo Mu Qing había dejado ir, en un segundo. En los años de autocontrol y disciplina que cambio por una noche en sus brazos.

De alguna manera, siempre había logrado impresionarlo, después de haberlo tratado durante tantos años, siempre le había demostrado que era impredecible.

La forma en la que se había entregado a él y la forma en la que lo miraba era tan intensa y real que tan solo recordarlo le hacía estremecerse.
Su carácter siempre había sido complicado, pero él amaba que fuera así.

Lo tomó en sus brazos cuidadosamente. Mu Qing se removió un poco cuando la firmeza de la cama desapareció, pero no abrió los ojos y se apegó más al cuerpo del moreno que caminaba con él hacía la ducha.
Limpió su cuerpo, lo secó y lo vistió dejándolo recostado en su cama.
Regresó a su palacio y se aseó de manera rápida, temiendo que Mu Qing despertara y se encontrara sólo.

Después de una situación así Feng Xin no quería dejarlo solo, no quería que abriera los ojos y pensara si quiera un segundo que había sido un error. Nunca lo dejaría arrepentirse.

Cuando volvió a entrar al palacio del Suroeste, los discípulos aún no habían regresado.
Entró al cuarto y se quedó pasmado cuando vio a Mu Qing sentado, recargado en el respaldo mirando hacia las ventanas que Feng Xin había abierto antes de salir.

Odiarte Nunca Ha Sido FácilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora