Después de ochocientos años...

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Después del anterior escándalo, la mansión paraíso se encontraba una vez más, en completa paz. Un silencio armónico cubría la estancia en la que dos personas sentadas, se tomaban las manos mientras se regalaban miradas cariñosas. Xie Lian interrumpió el silencio, hablando con su habitual tono amable.

- Sang Lan... Debo agradecerte.

Hua Cheng lo miró extrañado por unos segundos antes de preguntar.

- ¿Porque me agradece, Gege?

- Por ayudar a Feng Xin con ese asunto. No sabía qué decir - Admitió con tono avergonzado- Pero Sang Lan siempre sabe que hacer...

- Solo me había cansado de tener a ese idiota aquí lloriqueando y quitándome su atención.

- Lo siento, Sang Lan. También te di muchas molestias.

El pelinegro guardo silencio un minuto, y volvió a hablar con una suave sonrisa en sus labios.

- Gege, siempre se preocupa por los problemas de los demás como si fueran suyos, entonces sus problemas son mis problemas y su felicidad es mi felicidad, Gege.

Xie Lian no podía evitar, después de tanto tiempo sonrojarse ante sus palabras que resultaban tan dulces y halagadoras. Sonrió y desvío la mirada disimuladamente, intentando formular cualquier oración para continuar con su plática. Al momento en el que por fin pudo pensar algo, Hua Cheng qué lo había estado mirando todo este tiempo divertido, se acercó un poco más a él, específicamente a su cuello, tan cerca que su aliento calentaba su piel.

- Pero, retomando el tema anterior... - Su voz grave y sensual llegó a los odios del castaño que se sonrojó aún más al sentir las ágiles manos deslizandose por su cintura - Lo hago de corazón, pero no me molestaría una recompensa por parte de Gege.

- S- Sang Lan...

Xie Lian tartamudeo un poco a causa de la vergüenza, pero aún así levantó la mirada, recibiendo el tierno beso que Hua Cheng le daba mientras lo tomaba entre sus brazos. Caminando sin dejar de besarlo hasta su habitación.

Al rededor de la capital celestial, el panorama se tornaba cada vez más nocturno. El sol no caía del todo, pero las pequeñas y brillantes estrellas comenzaban a notarse cuando Feng Xin arribó. Después de haber dejado la ciudad fantasma con su mente clara, el general del sureste entraba a la sala principal a la que apenas comenzaban a llegar otros oficiales, saludándose entre sí con cortesía.
Él hizo lo mismo, ignorando el hecho de que su corazón acelerado golpeaba su pecho, provocando un ruido que podría ser escuchado por otros o que el sudor en sus manos podía comenzar a gotear y a formar amplios regueros en el suelo.
Estaba nervioso. Estaba apunto de hacer algo que podría ser contraproducente.
Esto lo haría ganar o perder para siempre la cosa que más había anhelado silenciosamente durante años.
Era estúpidamente peligroso, pero no veía otra forma.

Estos pensamientos lo aislaron un poco de lo que sucedía fuera, hasta que las voces en la sala comenzaron a escucharse cada vez más variadas. Levantó la mirada. La reunión ya había dado inicio y todos los oficiales se encontraban ahí, excepto Mu Qing.
Este descubrimiento hizo que su garganta se secara. Volvió a imaginarse que nada saldría bien.
¿Por qué no estaba ahí? ¿Acaso no volvió a la capital después de lo sucedido en la ciudad fantasma?
En el estado tan ansioso en el que se encontraba, no podía evitar imaginar cualquier fallo en su plan.
Imagino miles de escenarios terribles, cuando el inaudible sonido de pasos logró desmoronarlos.
Ingresando en silencio y con esa apariencia tan distante que siempre llevaba.
Había tomado asiento, sin poner atención a lo que comentaban los demás oficiales. Sus ojos se movían por toda la sala y llegaron a cruzarse con los de él unas dos veces en las que le pareció que no le importó su presencia.
Tal vez por eso comenzó a sentirse más nervioso a medida que avanzaba el tiempo. Sabía que en algún momento terminaría la reunión y tendría que encararlo.
Quería acabar con eso y dejarle claro sus sentimientos, pero no paraba de pensar que las cosas podrían salir mal. Todo se escuchaba lejano en su mente hasta que el tono de las voces comenzó a subir, cambiando a uno más casual.
Se alarmó un poco al ver el lugar vacío de Mu Qing, que se dirigía rápidamente a la salida. Cuando se dio cuenta de que sus pasos estaban por rebasar el linde de la sala, respiró hondo y su voz salió llamándolo, sin pensarlo dos veces.

Odiarte Nunca Ha Sido FácilWhere stories live. Discover now