Capítulo cincuenta y cinco

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~29 de enero, 2021 | Barcelona, España~

Alba le enseñaba las calles de la ciudad con un brillo en los ojos que encandilaba más que el sol.

El calor que se le expandía por el pecho cada vez que bajaba la mirada a sus manos entrelazadas, hacía que comenzara a saltar en mitad de la calle, sin poder evitarlo, haciendo reír a carcajadas a la más alta que también estaba a punto de explotar de alegría allí mismo.

Se sentía como Heidi en el monte, como el día que estrenó su columpio en la montaña, caminando junto a su rubia y con el rubor en las mejillas constante. No sabía a donde mirar primero, si a aquella persona que hacía que perdiera el apetito por la ilusión de verse, y ella nunca perdía las ganas de comer, o a lo que trataba de explicarle.

Prestaba toda la atención que podía a lo que le contaba la más bajita, que en cuanto terminaba de decirle alguna curiosidad, que había descubierto en el poco tiempo que llevaba viviendo en la ciudad, arrugaba la nariz antes de centrarse en lo siguiente que iba a decir.

Esa mañana, estaba eufórica. Y es que en cuanto dejó atrás el nerviosismo que le sacudía con todo lo relacionado con aquella morena de casi dos metros, que la miraba por las calles con una cara de encoñada, y es que si ella hubiera sido consciente ese día de la forma en que le miraba, no le habría hecho falta nada más para quedarse y secuestrar a la morena para que no volviera a Pamplona.

Pero no lo vio, porque estaba ocupada de más en no perderse detalle de la ilusión que veía en los ojos de la morena mientras recorrían juntas aquellas calles.

- ¿Cuánto falta? - Preguntó la morena sin dejar de andar y Alba, que iba un poco más avanzada, casi que tirando de ella, se giró para encontrarse con su mirada curiosa.

-Uhm... muy poquito, lo prometo. - Esbozó una sonrisa al ver el puchero que esbozó la morena.

No mintió porque pocos metros más allá, en una calle poco concurrida y estrecha, bastante alejada del bullicio de las Ramblas, pararon delante de una cafetería.

El olor a café recién hecho y dulces se expandía por toda la calle, abriéndoles el apetito casi de golpe. Alba asintió y fue la primera en entrar en aquella pequeña cafetería vintage.

Cruzaron la pequeña puerta de cristal y desde allí, buscaron con la mirada alguna mesa libre, siendo la más bajita la primera en dar con su objetivo y sin pensarlo, tiró de golpe de la morena, pillándole de sorpresa y haciendo que tropezara con sus propios pies y para desgracia de ambas, llamar la atención de las miradas más curiosas.

Ambas con sus caras rojas encendidas por aguantar las carcajadas, una por la cara de pánico de la otra, y la otra, por la simple idea de verse haciéndose el ridículo delante de la rubia, cruzaron aquel espacio equipado con mesas y sillas de madera blanca, fijándose de reojo en las plantas que decoraban el espacio y en la paz casi inmediata que les daba la mezcla del blanco del espacio y el color de las plantas.

Ocuparon una de las mesas del fondo, junto a una pared cargada de enredaderas con florecillas amarillas que ocupaban aquel muro del fondo del local. Alba echó un vistazo rápido al espacio y sonrió al darse cuenta que la morena no dejaba de mirar a un lado y al otro.

- ¿Te gusta? - Se interesó y la morena no tardó en asentir. - Es de mis sitios favoritos.

-Normal, te pega muchísimo. - Se encogió de hombros y Alba frunció el ceño sin comprender bien que quería decir. - La típica bollera hippie amante de las plantitas, te pega.

-No sé como tomarme eso. - Se llevó la mano al pecho ofendida, pero cuando Natalia iba a defender su argumento, la camarera llegó a atenderles.

-Buenos días, ¿ya sabéis que van a tomar?

Aviones de papelWhere stories live. Discover now