La Marca

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El ambiente en el muelle era caótico. Guardias fueron desplegados por toda la ciudad para registrar a cada elfo en busca de quien estaba armado con un arco o una ballesta.

Elmir continuaba junto al cuerpo del rey fallecido.

—Elmir—Llamó un guardia real, de nombre Ladier—. A pesar de que el rey ha muerto, se debe de continuar con la recepción de los soldados. Ve y ayuda con el censo para saber quien ha muerto y quien no.

—El disparo que asesinó al rey provino del muelle, tal vez de algún soldado.

—Estoy consciente de ello. Estate atento en caso de cualquier anomalía.

Elmir le da un último vistazo al cuerpo del rey, específicamente a la flecha. Esta flecha, estaba hecha con acero élfico, uso estándar de los ejércitos de Elfenheim; confirmando la sospecha de Elmir.

Los Guardias reales, como Elmir, Ladier o Mariala vestían armaduras de plata lunar, que eran de calidad superior en todos los sentidos.

Mientras baja de la plataforma al muelle, Elmir se preocupa por el futuro de Elfenheim; el emperador no tuvo hijos y tampoco tenía relativos conocidos. Tendrían que elegir entre los reyes elfos quien sería el nuevo emperador.

En el muelle existía un ambiente tenso. Todos los elfos estaban en silencio. Elmir se acercó a un guardia con una lista. Era Liniela, una de las elfos a las que se le había encargado realizar el censo.

—Nombre— Le dijo ella a un soldado que se acababa de bajar.

—Anmor. —Respondió el.

—¡Imposible! ¡Anmor lleva doce años muerto! ¿¡Por qué escondes tu identidad soldado!? ¿¡Acaso eres el asesino del emperador!? —Cuestiona Liniela mientras sacaba su espada.

—¡Si es Anmor! ¡De verdad es el! —Interviene otro soldado de detrás de la fila. Elmir desenvaina su espada como precaución en caso de que la situación se salga de control.

—¿¡Cuál es su nombre soldado!? —Le pregunta Liniela al otro soldado.

—Comodoro Ylireandul. El señor Anmor murió en batalla hace doce años, asi como yo mismo lo hice poco tiempo atrás, sin embargo hemos vuelto a la vida gracias a los dioses de Lexodia.

—¡Blasfemia! —Exclamó Elmir horrorizado mientras amenazaba con la espada—. ¡Blasfemias y mentiras! ¡Los elfos no vuelven a la vida y los que lo hacen se convierten en demonios cuando menos!

Varios guardias y civiles se aglomeraban alrededor atraídos por el griterío.

—¡NO MIENTEN! ¡LOS DIOSES DE LEXODIA SON MISERICORDIOSOS! ¡NOS DEVOLVIERON LA VIDA COMO MUESTRA DE AGRADECIMIENTO! ¡NO VOLVIMOS A ELFENHEIM PARA QUE NOS TRATEN ASÍ! —Gritaban los soldados de los barcos.

—No es posible que un elfo vuelva a la vida —Intervino un obispo elfo, conocedor de cuestiones religiosas—. No importa que tan poderoso sea un dios mortal, los elfos al morir simplemente se dirigen a otro plano de existencia que no puede ser contactado desde este.

—¡Pues los dioses de Lexodia si pueden hacerlo! ¡Fuimos y volvimos! ¡Mientras yo estaba muerto estaba tanto disfrutando del otro plano como descansando en los salones de Darruzal! —Contestó Anmor—. ¡Al regresar a la vida obtuve una marca y estoy seguro que el resto también!

Anmor se saca el peto del pecho y revela una mancha púrpura entre el corazón y el pecho. Otros elfos imitan y muestran lo mismo.

—Por los primeros elfos... —Murmura el obispo, de nombre Elinián.

—¿Qué hacemos? Le susurra Liniela a Elmir.

—¡Arresten a todos los recién llegados! ¡Hasta que lleguemos al fondo de esto están todos encarcelados por sospecha en el asesinato del emperador! —Ordena Elmir.

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