La Ciudad Ancestral

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Mariposas fosforecentes aleteaban por el aire. Sus colores transparentes eran interrumpidos momentáneamente por luces de distintos colores que salían por sus alas. Similares a las luciérnagas, estas mariposas eran autóctonas de Alamiea, la Ciudad Ancestral, capital de Elfenheim.

Elmir esperaba en el puerto de la ciudad la llegada de centenares de barcos de guerra cargados con soldados elfos que regresaban de la batalla contra Gil-Garald.

El puerto se encontraba entre dos pequeños "barrancos" de doce metros de altura, que daban un espacio de cien metros entre los dos, ideal para un puerto pequeño.

Elfos de todo el continente se encontraban aglomerados en el puerto también, deseando que sus seres queridos hubieran sobrevivido.

—El emperador va a decir unas palabras en cuanto los barcos lleguen —Avisó Mariala, amiga de la infancia de Elmir y también una guardia del emperador, al igual que Elmir—. Debes colocarte junto a el.

—¿Cuántos crees que hayan muerto? —Preguntó Elmir.

—No lo sé, supongo que el grueso de las bajas se las llevaron los elfos de las colonias, pero de todos modos digo que... ¿Uno de cada veinte?

—Siguen siendo bastantes muertos.

Una serie de puntos comienzan a verse en la lejanía. Los barcos ya están llegando.

El emperador llegó junto al resto de los guardias reales. Estos lo escoltan hasta una plataforma de marmol blanco construida en lo alto del barranco derecho. Elmir se dirige a acompañar al emperador, como se le había ordenado.

Mariala se pierde entre la multitud con la intención de dirigirse a su posición asignada, la cual Elmir desconocía.

Pasan unos minutos y los primeros barcos llegan. Desde su posición, Elmir es capaz de notar que están sobrecargados, casi apunto de hundirse.

Desde donde Elmir está puede observar como las cubiertas están atiborradas de soldados. Una orquestra tras de el comienza a tocar una marcha triunfal.

Con un hechizo, el emperador amplifica su voz para que todo el mundo pueda oirlo con claridad.

—¡Después de seis meses en las tierras humanas, nuestros hermanos han regresado! ¡Celebremos a los que han vuelto y lloremos a los que no! —Comienza el emperador su discurso.

Un reflejo golpea la pupila de Elmir, similar a los que suceden cuando la luz directa se refleja en el metal. La voz del emperador sigue recitando su discurso, pero Elmir no le presta atención, buscando con su aguda vista lo que causó el reflejo.

Los primeros barcos atracan en el muelle y los soldados comienzan a bajar. Elmir comienza a contar sorprendido a los soldados, son aún más de los que salieron a defender las colonias, ¿Acaso no murió nadie? La atención de Elmir se enfoca en unos soldados que cargan unas armaduras blancas como las que aparecen en algunos mitos mortales sobre los Æsir y los "dioses" de Lexodia.

Fijándose en los soldados, Elmir se percata de una pequeña mancha morada que la mayoría tiene en su cuello, ¿Porque la tendrían?

—¡Y en honor a su llegada, el día de hoy es un día de fiesta! —Culmina el emperador su discurso. El sol se estaba comenzando a ocultar en el horizonte, ¿Cuánto tiempo había estado Elmir divagando?

Un silbido se oye cortando el aire tras un chásquido, Elmir se voltea y se lanza sobre el emperador tras reconocer el sonido de una flecha.

—¿¡QUÉ PASA!? —Se oye un grito abajo en el muelle.

—¡HAN ASESINADO AL EMPERADOR!

—¡HAY UN ASESINO ENTRE NOSOTROS!

Elmir se voltea hacia el emperador para comprobar su estado.

—Oh no—. Exclama el cuando se percata de que el cuello del emperador ha sido atravesado de parte a parte por una flecha. Llantos y gritos de dolor y pánico se elevan del muelle.

ElfenheimDonde viven las historias. Descúbrelo ahora