Fuego en la ciudad

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Los guardias y soldados del Imperio estacionados en Kuá'Minapal se habían vuelto flojos y lentos por consecuencia de la falta de actividad de la ciudad; razón por la que cuando la turba enfurecida comandada por Aringal llegó al cuartel no les quedó más que atrincherarse dentro.

El cuartel, aunque tenía capacidad para mantener a unos mil soldados a la vez, no era nada comparado con otros cuarteles mayores en el continente o incluso en otros de la misma isla. En el presente resguardaba a unos trescientos veinte individuos que sabían que su única esperanza era resistir hasta que llegaran refuerzos desde otro cuartel o incluso de un fuerte.

Sin embargo, la razón por la que tantos guardias y soldados habían logrado encontrar refugio tan fácilmente en el cuartel era consecuencia de la forma en la que estsba construido: El cuartel, estándar para el Imperio, poseía un muro exterior, luego un campo en el que los soldados entrenaban y finalmente un edificio grande en el centro del todo que funcionaba tanto como cuartel como barracas. En esta última estructura era donde los leales al Imperio se mantenían a salvo y además, mediante arqueros y ballesteros lograban impedir que los rebeldes tomaran la zona entre el muro exterior y las barracas.

Aringal se encontraba en una taberna al otro lado de la calle donde el cuartel había sido construido. La taberna, de dos pisos y un tanto espaciosa, había sido tomada como base de operaciones para la toma del cuartel.

Un hombre se encontraba planeando como proceder junto a Aringal en el segundo piso de la taberna. Su nombre era Fasilal y era un exsoldado imperial que había nacido en la isla.

Además de Fasilal y Aringal también el dueño de la taberna, llamado Xilal, estaba junto a ellos, un tanto disgustado de que su local estuviese siendo utilizado por Aringal.

—En el cuartel hay armas de sobra para todos los presentes ahora mismo,  pero simples civiles no van a hacer absolutamente nada más que morir contra soldados atrincherados dentro—Explicó Fasilal en pocas palabras—.

—¿Qué propones? Debemos actuar antes de que lleguen refuerzos—Preguntó Aringal a la vez que apuraba a Fasilal a pensar en una solución a sus problemas—.

—Podríamos ir avanzando lentamente hacia el cuartel utilizando tablas de madera como protección contra los arqueros—Propuso Fasilal—. Moriríamos muchos pero al final tomaríamos el cuartel.

—Si muchos mueren no podremos tomar las otras ciudades—Rechazó Aringal—. Tal vez podríamos convercerlos de rendirse.

—Podríamos prenderlos en fuego—Comentó Xilal en un tono altanero—. Saldrían corriendo como ratas.

Fasilal se calló por completo al escuchar la idea de Xilal, ya que a pesar de que posiblemente lo había dicho sin pensarlo mucho, en realidad era una muy buena idea.

—Para proceder mi plan es dividirnos en dos grupos—Expresó Fasilal tras unos tres minutos de reflexión—. Uno pequeño, de veinte elfos, y uno grande, con el resto de los presentes.

—Creo que comprendo a que quieres llegar, continua—Pidió Aringal—.

—El grupo grande hará una distracción que le permita al pequeño incendiar el cuartel, lo que obligará a los soldados a salir y en ese momento el primer grupo podrá destrozarlos—Terminó Fasilal—.

—Llevémoslo a cabo ahora mismo—Exhortó Aringal levantándose de su asiento—.

El rostro de Xilal se alumbró de alegría al darse cuenta de que ambos elfos al fin se iban y por fin recuperaría su local.

De los civiles armados que se encontraban alrededor del cuartel, Aringal, con el consejo de Fasilal, seleccionó a los veinte elfos que consideró más capaces y los armó a cada uno con una antorcha y una botella de aceite que sacaron de diversas casas, todo eso junto al arma que llevaban con anterioridad.

Al poco tiempo el plan comenzó. Aringal regresó a la taberna, donde no tenía riesgo de sufrir ningún daño  y podía observar como se desempeñaban los elfos.

Fasilal, aunque no tenía pensado luchar en primera línea, si que le gustaba coordinar a los soldados desde cerca. Bajo sus órdenes el grupo grande, protegido con tablones de madera avanzó por la entrada, dando la impresión de que querían tomar el campo.

Los arqueros y ballesteros comenzaron a disparar a través de las ventanas.

—¡Díspersense en grupos más pequeños y cúbranse bien! ¡No dejen de avanzar hacia las barracas!—Gritaba órdenes Fasilal.

La mayoría obedeció la orden, pero hubo unos que no lo hicieron, puede que por falta de disciplina o simplemente no la oyeron.

Pasados unos ocho minutos, Fasilal ordenó al grupo incendiario a comenzar a moverse. Su misión era correr hacia las barracas evitando que los maten, lanzar el aceite por las ventanas y en las puertas y por último usar las antorchas para encender el aceite.

De los quinientos civiles que habían entrado, Fasilal podía vislumbrar al menos cuarenta cadáveres.

Ahora a Fasilal le costaba seguir con la mirada todo lo que estaba pasando, sin embargo, unas columnas de humo que aparecieron repentinamente le hicieron saber que al menos dos de los veinte habían logrado completar la misión por ahora.

El clamor del asalto le hizo recordar el pasado que había compartido junto a sus compañeros en el ejército de Elfenheim en las misiones realizadas para eliminar las amenazas del continente, fueran demonios, necromagos o hasta dragones; compañeros a los que ahora se vería enfrentado debido a su desición de abandonar la lealtad que en el pasado le había jurado a Elfenheim por el sueño de una Kuá'len independiente.

El olor del humo se volvió mucho más fuerte y el viento comenzó a soplar débilmente en su dirección haciendo que el humo causara escozor en sus ojos.

Los soldados dentro del cuartel se vieron obligados a salir, justo como había sido planeado por Fasilal, ellos estaban en desventaja, pero seguían siendo soldados profesionales contra civiles.

La idea de que en el pasado el podría estar en el lugar de los soldados era algo que no salía de la mente de Fasilal, imaginando que el rostro de los enemigos era el suyo propio enfrentándose a una turba de enemigos.

En veinte minutos el conbate había terminado. Habían muerto trescientos veinte civiles en comparación a los doscientos ochenta soldados que yacían en el suelo. Los últimos se habían rendido.

Durante el combate el viento había avivado el fuego, causando que el incendio se expandiera a edificios cercanos al cuartel. Antes de poder descansar de la batalla, la prioridad era apagar las llamas.

ElfenheimWhere stories live. Discover now