El Dictador

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Sentado en el trono del emperador élfico se encontraba sentado Marfael, vestido en la más hermosa armadura militar color verde y una capa morada le llegaba de los hombros a los pies.

A su alrededor se encontraban varios sirvientes y guardias reales.

—¿Ya fueron notificados todos los nobles? —Preguntó Marfael a todos los presentes.

—Mensajeros han sido enviados—Respondió uno de los sirvientes, de nombre Dilial.

—Bien—Contestó Marfael complacido—¿Que noticias hay de Aringal?

—No se ha recibido más información de Kua'Len desde que el mensajero que envió al regente Aringal regresó hace dos días.

—Curioso—Fue lo que salió de los labios de Marfael tras unos segundos de reflexión—. Envíen un contingente militar para reestablecer el orden.

—¿Señor? —Dudó Dilial.

—¡De inmediato! —Ordenó Marfael un tanto irritado alzando la voz.

—¿Pero por qué un contingente militar? ¿Y qué tan grande?

—¿¡Qué no es obvio!? ¡Hay un alzamiento en la isla que debe ser reprimido! Treintamil elfos deberían ser suficientes; que saqueen Kua'Muaninipal o como sea que se llame para recordarle a los Kua' quienes tienen el poder.

—Entendido—Termina Dilial retirándose del salón del trono para hacer cumplir las órdenes de Marfael.

Al poco tiempo, Marfael decide levantarse del trono para dirigirse a sus nuevos aposentos, que alguna vez le pertenecieron a Dairanel.

En el medio de Alamiea se alzaba una montaña hecha totalmente de cristal blanquecino de más de nueve mil metros de altura. El cristal presente allí era diferente a cualquier otro en sus propiedades, la más destacable el hecho de que al ser molidas en polvo y cubrir una fisura en el metal, si se le colocaba agua, el metal se reparaba, por lo que los cristales de Alamiea eran muy solicitados en todo el mundo conocido.

El palacio había sido tallado en la base de dicha montaña en un titánico esfuerzo de dos mil años que había concluido veinte mil milenios atrás.

Marfael entró en sus aposentos y se acostó en la cama que le perteneció a Dairanel por incontables noches. Un sentimiento de incomodidad lo sacudió por completo.

—¡Saquen esta cama y traigan otra! —Gritó para que los sirvientes le escucharan.

Luego, Marfael procedió a acercarse a un mapa del Imperio de Elfenheim que estaba colocado en un mural.

Con más de tres metros de altura y largo, el mapa incluía todos los detalles del Imperio, desde las lejanas regiones de Mendaya y Falaya en el norte, hasta las colonias en Viento Cortante.

—Pasarán al menos dos meses para que los nobles de las colonias lleguen. Inútiles mimados— Se quejó Marfael.

La Elfenheim continental contaba con veinte regiones principales, las cuales eran Mendaya, la más al norte, Falaya, la más fría, Alamiea, región capital que compartía nombre con la Ciudad Ancestral, Climaia, la más al Sur, Deorela, en el Este, Urua, al Oeste y el resto, en orden de importancia eran Milia, Daliria, Angala, Mosaria, Ilya, Onasa, Miwa, Dafa, Oleriala, Unlia, Seraga, Fasia, Captala y Tayala.

También existían regiones menores como la isla de Kuá'Len, pero generalmente eran obviadas por su poco valor económico o estratégico.

Tras un rato mirando el mapa, Marfael se percató de un ruido que entraba por la ventana. Curioso, se asomó por ella y vió a miles de elfos reunidos frente al palacio, protestando.

Marfael salió de sus aposentos y se dirigió al pasillo, buscando a un sirviente.

—¿Qué sucede? ¿Por qué están protestando? —Le preguntó a el primer sirviente que vió; un barrendero llamado Ael.

—Exigen la liberación de los soldados su majestad. Dicen que el trato que reciben no es justo y que quieren reunirse con sus familiares que fueron arrestados sin razón.

Marfael se fue caminando sin responderle al barrendero, pensando sus opciones y un poco distraído por la idea de que Ael lo había llamado majestad.

—Liberar a los elfos con marcas me haría popular entre el pueblo y rechazado en el clérigo —Se dijo a si mismo—. Me serviría elevar mi percepción pública...

Decidido, Marfael se dirigió a un balcón cercano a la entrada del palacio desde donde podía ser escuchado.

Al llegar los elfos guardaron silencio por unos segundos, luego lo comenzaron a abuchear e insultar.

—¡SEÑORES! —Llamó la atención Marfael al tiempo que adoptaba una postura firme y varonil. Todos los presentes se callaron de inmediato. Su voz era profunda y hablaba fuerte, pero no gritando. Tras tantos siglos dirigiendo el ejército, el se sabía hacer escuchar—. ¡SE HA COMETIDO UN GRAVÍSIMO ERROR! ¡NUESTROS HERMANOS ELFOS QUE LUCHARON EN TIERRAS LEJANAS HAN SIDO SEPARADOS DE NOSOTROS! ¡ELFOS QUE LUCHARON EN EL MISMÍSIMO EJÉRCITO QUE YO DIRIJO! ¿¡PERMÍTIREMOS QUE TAN VALEROSOS SOLDADOS SUFRAN SEMEJANTE HUMILLACIÓN POR PARTE DE NOSOTROS!?

—¡NO! ¡ES INTOLERABLE LO QUE SUCEDE! ¡LIBEREN A LOS SOLDADOS! —Clamaban esas y muchas otras cosas las voces de la multitud.

—¡PUES ESTÁ DECIDIDO! ¡LIBERTAD PARA LOS SOLDADOS!

La multitud estalló en virotes y alabanzas para Marfael, el cual complacido alzó los brazos y dió una reverencia antes de retirarse del balcón.


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