CAPÍTULO 11. LA NOBLEZA

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Era noche cerrada cuando L llegó a la gran mansión propiedad del Conde Lee Doye. En las sombras, sus facciones pálidas se tornaban aún más ensombrecidas y sus labios estaban sellados; pero L no producía ningún sonido o vibración en el aire o en el pavimento, ni siquiera el vampiro de orejas más agudas podría haberla notado. L saltó la reja de alambre, esquivó las plantas con espinas y se encaramó con una suprema y estudiada habilidad al balcón, desde el que aterrizó en el suelo limpiamente. Al abrir los visillos, una alegre chica se fue a abrazarla, abalanzándose sobre ella.

— ¡Gracias al cielo que estás aquí, Cazadora! —Doris se separó de ella y le preguntó, sin abandonar la sonrisa que aún fluía en sus labios blancos— ¿Cómo te llamas, por cierto? El otro día no te lo pregunté, fue una desfachatez y una grosería por mi parte. Perdona mis escasos modales, por favor.

L se resistió a decirle algo de sí misma, sin embargo se trataba de un procedimiento de pura formalidad, así que le contestó a la muchacha.

—Me llamo L.

—Comprendo —asintió Doris, y se presionó las manos contra el pecho—. ¿Ahora cómo escapamos de aquí?

—Yo os ayudaré —intervino Sombrío, haciendo acto de presencia a esas horas tan intempestivas.


—La madre que te parió... —masculló Manos, quedándose tan desencajado como L, sólo que ella nunca lo admitiría—. Así que has traicionado a los tuyos. No nos dirás que amas a esta mujer.

—Realmente la amo —reiteró Sombrío de forma afirmativa, y para recalcar sus graves palabras, tomó a Doris de la mano—. Yo bebo los vientos por esta mujer humana y la protegería aunque me fuera en ello la vida. En todo momento y para siempre. —Le besó la mano y ella se ruborizó.

Sombrío se revolvió su cabello castaño oscuro y miró a la dhampir con unos ojos oscuros en los cuales brillaba la sinceridad.

—Detecto que estás diciendo la verdad —dijo ella—. Después de todo, se explican muchas cosas, entre ellas porqué Doris no tenía más de un pinchazo en el cuello y cómo pudo evadirse de la inmarcesible vigilancia del Conde.

Doris se ensombreció al mirar a la Cazadora y dio un paso adelante.

—Yo... Lo siento mucho, L. Te mentí. Quien me mordió fue Sombrío, y dado que yo lo dejé porque hace tiempo que somos una pareja. Un par de amantes que se quieren con todo su corazón y desean salir de este oscuro antro de terror y pesadumbre. Espero que lo entiendas.

L cabeceó, exhalando aire entre los dientes.

—Sí, no puedo confiar en las apariencias ni en los vocablos de ninguna persona. Todos tenemos razones para encubrir lo que somos o bien lo que hacemos. No os culpo, si estuviera en tu situación yo lo habría hecho sin dudarlo un instante. Bueno, dejémonos de rodeos, que se está haciendo tarde y hay que dejar este lugar.
Y los tres se marcharon, y cuando Doris y Sombrío, a salvo del Conde, le dijeron su adiós a L, enternecidos y agradecidos por su ayuda, ella le habló a Manos mientras regresaban, en medio del incesante y frenético galope de Medianoche.

—Me ha evocado la huida de Charlotte Woodside con el vampiro noble Lord Mercury —musitó, observando al parásito.

—Exactamente. Y mira que ocurrió hace muchísimos siglos ya. Pues como dice el viejo dicho, la historia se repite —argumentó Manos—. Por eso nunca se debe juzgar a un libro por su portada, L. Jamás se debería hacer.

— ¿Hay algún problema en que me quede sola, Manos? 

—No, porque tú no estás sola, L. Me tienes a mí.

—Gracias, Manos. Eres mi mejor y único amigo.

Y él sonrió, satisfecho. Puesto que era verdadera dicha afirmación, ya que pasando las edades infinitas y los eones, únicamente pervivían Manos, el ser simbiótico que viviera alojado en su mano izquierda, y ella, L, la eterna e invencible Cazadora de Vampiros.

Cazadora de Vampiros LDonde viven las historias. Descúbrelo ahora