CAPÍTULO 18. TODOS NUESTROS DESEOS

18 2 0
                                    

Cuando habían pasado dos días desde este suceso, L, ya recuperada por completo, fue al campo de peonías donde Zac la estaba esperando. Al distinguirse ambos, el corazón les dio un brinco en el pecho, y él le sonrió, y ella lo correspondió esbozando una sonrisa leve, pero que a él le supo más dulce que el mismo néctar de los dioses. Confluyeron sus miradas. Él se había quedado eclipsado por su exuberante belleza; L vestía un vestido blanco, vaporoso y carente de mangas, que mostraba un bonito lazo blanco por la espalda, y sus manos estaban ocultas por unos guantes de encaje negro.

—Estás espectacular, preciosa, con ese vestido —le dijo, y se miró sus propias ropas gastadas y sucintas—. Siento no haberme ataviado con algo más galante.

—Ay, el muchacho se nos está poniendo muy emocionado —se rio Manos a carcajada limpia—. Pillo, tú querías que pasara esto.

—No..., yo no he dicho nada de eso... No lo he planeado...

A él se le subieron los colores, y se sintió secuestrado por la brillante mirada de la dhampir, que parecía leer en su alma a ciencia cierta.

—Lo sé —dijo L, y se fueron acercando el uno al otro, reduciendo la distancia entre ellos—. ¿Qué has preparado?

—Unas velitas para que iluminen el espacio y te sientas cómoda —sonrió Zac, henchido de genuina felicidad—. Y un poco de carne y de fruta para mí; nada especial. Hoy la estrella de la velada eres tú, L.

Ella observó en derredor de su persona, plasmando en su mente la manta sobre la que se sentaría, las velas adornadas con lazos y las luciérnagas que volaban por encima de su cabeza.

—Todo esto lo has hecho tú, ¿no es así? —comentó, aguda y vivaz.

—Exacto. Bueno, sólo he añadido al ambiente de frescor natural las velas y la manta para que puedas sentarte y así no te manches el vestido —contestó Zac, a punto de reventar de lo feliz que se sentía.

—Vale..., y tú... ¿qué harás? —le preguntó la dhampir, agobiándolo con su intenso escrutinio.

—Yo... Me sentaré en el suelo y te miraré —soltó el chico ingenuamente.

—Ni que fueras un perro —se burló Manos—. No nos lamerás, supongo. ¿O te apetece?

— ¿Cómo? —Zac se quedó perplejo—. No, bueno, a lo mejor quieres bailar.

—No acostumbro a bailar con mis clientes —se negó L en principio.

—Pero..., yo soy asimismo tu amigo, L —insistió Zac.

—De acuerdo... Bailemos, pues —convino ella, y añadió en tono serio—: Deposito en ti mi confianza. Baila apropiadamente.

—No te decepcionaré, he estado ensayando hasta extenuarme —afirmó él, digno y orgulloso de sí mismo y de su talento, y se pusieron a danzar al ritmo de sus corazones, con la melodía que marcaban sus almas fervorosas, y se sintieron conectados.

Luego de haber bailado durante cuarenta minutos aproximadamente, Zac se fatigó.

—L, si no te importa que paremos en este punto —le pidió, era palpable su fatiga—. Seguiremos mejor otro día.

—Está bien, ha sido interesante —comentó la Cazadora, y el muchacho se sintió algo decepcionado por su respuesta.

—Esperaba que dijeras algo más... expresivo —murmuró taciturno, y se sentó a su vera—. Me comeré la manzana —y la peló concienzudo y se la comió en dos minutos; a juzgar por el hambre que mostraba L entendió que se había esforzado de lo lindo.

—Muchas gracias por cuidarme —le dijo, intentando ser afectuosa—. Eres una buena persona.

Zac quiso voltearse con el propósito de esconder su rubor.

Cazadora de Vampiros LWhere stories live. Discover now