CAPÍTULO 45. LA MUERTE VA EN TU BUSCA

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Jefferson miró a Zac, y le palmeó el hombro a fin de que el muchacho le prestara atención.

—Chico, ¿en qué piensas? No te abstraigas, no tenemos tiempo para pensar. Los comandos de la señora L son órdenes para nosotros.

—Claro, yo cumpliré todo lo que ella me diga...

Zac se ruborizó por la sonrisa que le dirigió el mercenario.

—Ja, ja. Ni de coña pienso lo mismo que tú, chaval. No hay que doblegar a las mujeres ni dejarse doblegar por ellas —terció Jefferson, y le pasó su rifle de francotirador—. Ya está cargada, colega. Disparará a los vampiros guardianes en todo su torso. Es prácticamente infalible.

— ¿Y ella? —quiso saber Zac—. ¿Qué hará Luce?

—Las acciones de un dhampir son desconocidas para mí, así como para la mayor parte de los seres humanos —Jefferson exhaló un suspiro, y procedió a ajustarse los cinturones donde llevara las granadas de mano—. La señora L va a lo suyo, ella lo prefiere así. La enfurece sobremanera que los fanfarrones interfieran con su trabajo. No seas cotilla, chaval. —Se volteó a sus compañeros, señalándoles los pasos a seguir—: Bien, iremos todos a la derecha. Sigilosos como el viento al pasar. No os detengáis hasta que alcancemos el final del pasillo. Las armas deben estar cargadas de antemano.

L se hizo tangible en ese momento, alegrando a Zac.

— ¡Luce! —sus manos exudaban sudor por los guantes grises y agujereados. Notando esto, se los quitó, guardándolos en los bolsillos de su chaqueta grisácea—. Estoy tan nervioso que creo que me pondría a pegar tiros en un segundo.

—Mantén la cabeza lúcida y la sangre fría —le aconsejó ella, y se aprestaron a besarse; su brillantísimo amor opacó los murmullos de los espectadores de tan maravillosa escena, los cuales se tornaron en ininteligibles para ellos—. Voy a por el Conde Lee Doye. No les quites el ojo de encima, sobre todo a este guasón —acarició la mejilla de Zac, él se puso risueño y se llenó de exaltación. L se mantuvo fija en el mercenario jefe—. Cumplid con lo que hemos acordado.

—Así lo haremos, señora —dijo Jefferson, accediendo a vigilar a los jóvenes, que se sonreían y se miraban como pillos momentos previos a hacer sus trastadas.

—No te separes de tus compañeros en ningún momento y no esgrimas ninguna excusa —ordenó L a Zac, y él obedeció en el acto, dócil como un perro bien amaestrado.

—Sí, lo he comprendido, Luce. No te voy a decepcionar.

Ella se volatilizó en el aire cargado de oxígeno y de expectaciones heterogéneas y variadas, como un surtido de comida rápida, y Jefferson les fue indicando a sus subordinados y colegas que no se durmieran en los laureles.

—Mirad a todos lados, puesto que estos repugnantes vampiros pueden aparecerse por cualquier esquina.

Por su cabezonería, Zac se arriesgó a cambiar los planes de los caza-monstruos.

—Inspeccionaré ahora por la derecha —dijo, y todos lo miraron fijamente, entendiendo que iba directo al lado opuesto.

—No, tú te quedas con nosotros, lumbreras —se negó Jefferson tajantemente—. No vaya a ser que te maten.

—Por favor, Jefferson, déjame continuar la investigación por esa parte. Será solo un momento.

—Está bien —transijo el hombre, suspirando—. Te esperamos aquí.

La cuadrilla se quedó a unos metros. Zac subió una planta y entró en un ala deshabitada, en la que la prolífica humedad y las plantas habían arraigado un vergel en las paredes mohosas y corroídas. La puerta automatizada se abrió al ser tocada por el joven, y él entró a la habitación. Un silencio de ultratumba retumbaba en sus tímpanos, reventándolo y aturdiéndolo.

Cazadora de Vampiros LDonde viven las historias. Descúbrelo ahora