10. Nuestro secreto (parte 1)

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El brazalete de zafiros se mueve alrededor de mi muñeca como si se fuera a caer de lo enorme que se puso, pero mi mano lo detiene a la perfección cada que amenaza con caerse. A veces pienso demasiado en lo impresionante que es la manera en que envejecen las cosas, un libro, un brazalete, el recuerdo de un amor que solía ser perfecto, todo envejece y a veces no nos damos cuenta hasta que está frente a nosotros a punto de morir, hasta que no nos queda mucho por hacer más que mirar como eso que hemos amado y cuidado desde el inicio se nos escapa de las manos con tanta facilidad.

—Estamos bien —repite Blake al teléfono—, volveremos por la mañana.

Ha estado hablando con su hermano mayor por treinta minutos, camina de un lado a otro y cuando me mira sonríe con algo de culpa.

—De acuerdo, adiós.

Cuando cuelga lanza su teléfono al pequeño sofá que se encuentra frente a la cama y se sienta a mi lado con la cabeza enterrada en sus manos.

—¿Estaba molesto? —pregunto.

—Un poco —ríe—, más que nada por la reacción de Eliott al descubrir que su preciosa princesa está en peligro.

Me gustaría decir algo que lo hiciera sentir mejor, pero en este punto es inútil, se va a sentir frustrado hasta que devuelva a su hermana sana y salva a Seattle, mientras tanto, lo único que puedo hacer es ser su amiga, hacerle compañía y quizá abrazarlo por la noche.

—¿Quieres ver una película?

Me mira con una sonrisa coqueta, sé lo que quiere.

—Creo que lo que necesito es distraerme.

—¿Y ahora no quieres que cierre la boca?

—Lo siento —repite—, no debí desquitarme contigo.

—Está bien —le sonrío—, estabas en un momento de estrés.

Blake me besa por fin y casi de inmediato me jala por la cintura para subirme a su regazo con tanta necesidad y rapidez que me mareo por un segundo, es tan rápido que no me doy cuenta de lo que sucede en realidad.

—Te amo —murmura contra mis labios con la misma necesidad.

—Te amo —respondo al mismo tiempo que él baja de mis labios a mi cuello.

—Espera —se detiene de repente y recarga la frente en mi pecho.

—¿Qué ocurre?

Me toma por las caderas y me vuelve a sentar a su lado con mucho cuidado.

—¿Está todo bien?

Ya no sonríe, ni siquiera me mira, de un momento a otro cambió de humor y yo sé perfectamente lo que eso significa, ha pasado tantas veces que he desarrollado una clase de mecanismo de defensa.

—Oh —me acomodo el cabello y lucho por mirar cualquier otra cosa excepto a él—. Iré a dormir con Trish —me levanto de la cama.

—Gwen...

—¿Qué demonios ocurre contigo? —le grito, llena de ira—. ¿Es que no puedes pasar un minuto sin tirarte a cualquier mujer que no sea yo? ¿Es una clase de enfermedad?

La poca decencia que le queda a Blake se materializa en lo único que utiliza para traicionarme: su pene. Lo que significa que la razón de este tipo de problemas es nada más y nada menos que la infidelidad.

—¡Eres un idiota!

Se queda en silencio mientras yo le grito, no me mira, no lo niega, no me pide perdón, se limita a escucharme gritar mientras mi corazón se vuelve a hacer añicos frente a él.

Jugando Sin ReglasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora